Buenos días, estimados amigos de COPE: esta semana he acabado la lectura sosegada de la Exhortación Apostólica sobre la Familia “Amoris Laetitia”.
Amoris
Laetitia, sobre todo, es un himno al sentido común en relación con todo lo que
la familia tiene de propuesta, anhelo y dificultad. Es prudente en algunas
afirmaciones necesitadas de un ulterior desarrollo, pero, dicho prudente y común sentido se torna en pescozón, cuando con claridad y descaro pone entre
las cuerdas a eventuales lectores mezquinos que, aún a sabiendas de lo que
leen, están incapacitados para distinguir que una ley escrita sobre piedra no puede trasladarse a un corazón herido
porque, se pierde la ley y se daña, matándolo, el corazón. Ante esas personas,
me atrevo a decir que muchos de ellos sacerdotes, sólo cabe un tierno y
motivante pescozón de madre.
Tres cosas
me han llamado la atención de este documento. En primer lugar, evidentemente, su concepción del matrimonio y la familia,
porque combina casi rozando a la perfección la propuesta con la que sueña la
Iglesia con la realidad de lo que los
seres humanos podemos dar. Entre lo que anhelamos, bello y deseado, y lo que
pueda ser, en ocasiones gozoso, en ocasiones herido, hay una tensión que exige de
una mirada atenta, facilitadora y no inquisidora. Y por eso, si la cosa se tuerce
y fracasa, lo que es un anhelo, no puede convertirse en una cárcel que impida
la búsqueda de felicidad. Ahí debe estar la Iglesia para acompañar con estilo y
esmero, y liberar.
En segundo
lugar me ha llamado a la atención la importancia que da a la conciencia de la
persona. Tiene párrafos memorables. Lo mejor del documento en este sentido es
que convierte a los creyentes en cristianos maduros a quienes no se les dice lo
que tienen que hacer, sino que se les acompaña para que ellos caminen, piensen
por si mismos, con la mirada puesta en
la gran apuesta evangélica de Jesús de Nazaret. Algunas de las palabras que
emplea el Papa en este sentido rondan lo emocionante, y me cuestionan el
ridículo que hacemos algunos sacerdotes cuando pedimos a nuestros obispos una
moral enlatada para vender a los consumidores de la misma en los kioskos al
uso.
Y en tercer
lugar, me ha impresionado el realismo del Papa. Es imposible dar una norma para
todos, porque “norma” e “ideal” no pueden coincidir cuando hablamos de seres
humanos. La llamada a los sacerdotes y obispos a tener la altura ética
suficiente capaz de una mirada con ternura, contrasta tristemente con la queja que
contiene el documento ante aquellos cuya mediocridad les instala en la falsa y
estéril rigidez.
Por eso,
tras hacer esta lectura sosegada de Amoris Laetitia, no entiendo a los que
dicen que no ha cambiado nada en la propuesta moral familiar con este sínodo y
con esta reflexión de Francisco. A los que así piensan o bien no han leído el
magisterio anterior, o bien no han leído este documento. O bien, que es lo que
me parece más probable, son la reproducción de los nuevos fariseos, faltos de
humildad interior y con la única ocupación pastoral de no ver cuestionada su ya
caduca y gris fachada exterior.
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