viernes, 20 de mayo de 2016

COLABORACIÓN CON LA CADENA "COPE"


Buenos días, estimados amigos de COPE: esta semana he acabado la lectura sosegada de la Exhortación Apostólica sobre la Familia “Amoris Laetitia”. 

Amoris Laetitia, sobre todo, es un himno al sentido común en relación con todo lo que la familia tiene de propuesta, anhelo y dificultad. Es prudente en algunas afirmaciones necesitadas de un ulterior desarrollo, pero, dicho prudente y común sentido  se torna en pescozón, cuando con claridad y descaro pone entre las cuerdas a eventuales lectores mezquinos que, aún a sabiendas de lo que leen, están incapacitados para distinguir que una ley escrita sobre piedra  no puede trasladarse a un corazón herido porque, se pierde la ley y se daña, matándolo, el corazón. Ante esas personas, me atrevo a decir que muchos de ellos sacerdotes, sólo cabe un tierno y motivante pescozón de madre.

Tres cosas me han llamado la atención de este documento. En primer lugar, evidentemente,  su concepción del matrimonio y la familia, porque combina casi rozando a la perfección la propuesta con la que sueña la Iglesia  con la realidad de lo que los seres humanos podemos dar. Entre lo que anhelamos, bello y deseado, y lo que pueda ser, en ocasiones gozoso, en ocasiones herido, hay una tensión que exige de una mirada atenta, facilitadora y no inquisidora. Y por eso, si la cosa se tuerce y fracasa, lo que es un anhelo, no puede convertirse en una cárcel que impida la búsqueda de felicidad. Ahí debe estar la Iglesia para acompañar con estilo y esmero, y liberar.

En segundo lugar me ha llamado a la atención la importancia que da a la conciencia de la persona. Tiene párrafos memorables. Lo mejor del documento en este sentido es que convierte a los creyentes en cristianos maduros a quienes no se les dice lo que tienen que hacer, sino que se les acompaña para que ellos caminen, piensen por si mismos,  con la mirada puesta en la gran apuesta evangélica de Jesús de Nazaret. Algunas de las palabras que emplea el Papa en este sentido rondan lo emocionante, y me cuestionan el ridículo que hacemos algunos sacerdotes cuando pedimos a nuestros obispos una moral enlatada para vender a los consumidores de la misma en los kioskos al uso.

Y en tercer lugar, me ha impresionado el realismo del Papa. Es imposible dar una norma para todos, porque “norma” e “ideal” no pueden coincidir cuando hablamos de seres humanos. La llamada a los sacerdotes y obispos a tener la altura ética suficiente capaz de una mirada con ternura, contrasta tristemente con la queja que contiene el documento ante aquellos cuya mediocridad les instala en la falsa y estéril rigidez.


Por eso, tras hacer esta lectura sosegada de Amoris Laetitia, no entiendo a los que dicen que no ha cambiado nada en la propuesta moral familiar con este sínodo y con esta reflexión de Francisco. A los que así piensan o bien no han leído el magisterio anterior, o bien no han leído este documento. O bien, que es lo que me parece más probable, son la reproducción de los nuevos fariseos, faltos de humildad interior y con la única ocupación pastoral de no ver cuestionada su ya caduca y gris fachada exterior.

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