La sociedad de
consumo impulsa cada día a producir más y mejores alimentos, a aumentar el
capital, a incrementar la velocidad de los medios de transporte y la comunicación,
a elevar el nivel y confort de vida... El ser humano ya ha conseguido hacer el
milagro de la multiplicación de los bienes de consumo. Gracias a la ciencia
existen alimentos básicos suficientes para todos los seres que habitan el
planeta.
Pero el verdadero
milagro evangélico de los panes y peces no consistió en "multiplicar-
los", palabra ésta que no aparece en el texto evangélico. Lo que ocurrió
fue «el milagro de la solidaridad» Nos fijamos en la forma que tiene Jesús de
actuar.
Jesús comienza por
«tener compasión», es decir, por sufrir con el sufrimiento de los demás. Lo que
conmueve a Jesús es que la gente andaba como ovejas sin pastor, abandonada por
los dirigentes, desorientada y sin un sentido para su vida. La capacidad de
compadecerse del pueblo es una actitud típica de Dios, convertido en Buen Pastor,
que aparece en el capítulo 34 de Ezequiel.
Jesús asume el
papel de Pastor de Israel, y su primer objetivo es dar alimento a las ovejas.
El auténtico
prodigio no se realizó -ni se realizará- con el individualismo,
"disolviendo a la multitud" para que cada uno busque su comida, ni
con una economía de mercado y competitividad. El auténtico signo, todavía
pendiente de realización a escala mundial, consiste en poner en práctica en la
vida diaria la enseñanza de Jesús: compartir, poner en común lo que se tiene,
partir, repartir y servir.
Las masas inmensas
de pobres de la tierra solamente serán alimentados si tenemos en cuenta la
orden de Jesús a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». Jesús no pidió a
Dios que le ayudase a multiplicar panes, sino que invitó a sus seguidores a
repartirlos y compartirlos. Difícil enseñanza para una sociedad de consumo que
«mundializa» (globaliza) la economía, pero que se resiste a mundializar la
solidaridad.
Pero este texto no
fue construido tan sólo para subrayar la solidaridad que debía presidir la vida
de los primeros cristianos. Tiene otras resonancias simbólicas: El hecho de
hallarse la multitud en un «lugar despoblado, desierto», le pone en paralelo
con el caminar del pueblo por el desierto. Allí Dios dio como alimento el
«maná». Jesús, Hijo de Dios, también ofrece a su pueblo un nuevo alimento: La
Eucaristía.
El cristiano es el Buen Pastor, puesto por Dios, al
frente de un pueblo. Los «buenos pastores-educadores» son aquellos que conducen
a la sociedad hacia buenos y jugosos pastos; alejan los animales dañinos; salen
en búsqueda de las ovejas perdidas; cargan sobre sus hombros a la herida... En
definitiva, son mediación del amor de Dios en la historia.
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