jueves, 8 de enero de 2015

UNA MULTIPLICACIÓN QUE AL PARECER NO LO FUE


La sociedad de consumo impulsa cada día a producir más y mejores alimentos, a aumentar el capital, a incrementar la velocidad de los medios de transporte y la comunicación, a elevar el nivel y confort de vida... El ser humano ya ha conseguido hacer el milagro de la multiplicación de los bienes de consumo. Gracias a la ciencia existen alimentos básicos suficientes para todos los seres que habitan el planeta.

Pero el verdadero milagro evangélico de los panes y peces no consistió en "multiplicar- los", palabra ésta que no aparece en el texto evangélico. Lo que ocurrió fue «el milagro de la solidaridad» Nos fijamos en la forma que tiene Jesús de actuar.

Jesús comienza por «tener compasión», es decir, por sufrir con el sufrimiento de los demás. Lo que conmueve a Jesús es que la gente andaba como ovejas sin pastor, abandonada por los dirigentes, desorientada y sin un sentido para su vida. La capacidad de compadecerse del pueblo es una actitud típica de Dios, convertido en Buen Pastor, que aparece en el capítulo 34 de Ezequiel.
Jesús asume el papel de Pastor de Israel, y su primer objetivo es dar alimento a las ovejas.

El auténtico prodigio no se realizó -ni se realizará- con el individualismo, "disolviendo a la multitud" para que cada uno busque su comida, ni con una economía de mercado y competitividad. El auténtico signo, todavía pendiente de realización a escala mundial, consiste en poner en práctica en la vida diaria la enseñanza de Jesús: compartir, poner en común lo que se tiene, partir, repartir y servir.

Las masas inmensas de pobres de la tierra solamente serán alimentados si tenemos en cuenta la orden de Jesús a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». Jesús no pidió a Dios que le ayudase a multiplicar panes, sino que invitó a sus seguidores a repartirlos y compartirlos. Difícil enseñanza para una sociedad de consumo que «mundializa» (globaliza) la economía, pero que se resiste a mundializar la solidaridad.

Pero este texto no fue construido tan sólo para subrayar la solidaridad que debía presidir la vida de los primeros cristianos. Tiene otras resonancias simbólicas: El hecho de hallarse la multitud en un «lugar despoblado, desierto», le pone en paralelo con el caminar del pueblo por el desierto. Allí Dios dio como alimento el «maná». Jesús, Hijo de Dios, también ofrece a su pueblo un nuevo alimento: La Eucaristía.

El cristiano es el Buen Pastor, puesto por Dios, al frente de un pueblo. Los «buenos pastores-educadores» son aquellos que conducen a la sociedad hacia buenos y jugosos pastos; alejan los animales dañinos; salen en búsqueda de las ovejas perdidas; cargan sobre sus hombros a la herida... En definitiva, son mediación del amor de Dios en la historia.

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