En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».
Lucas 14, 714En el evangelio de Lucas, Jesús observa cómo los invitados buscan los primeros puestos en la mesa. A primera vista, parece una lección sobre humildad, pero en realidad apunta a algo más profundo: la ansiedad por ser vistos, por destacar, por ser reconocidos.
Este comportamiento tiene hoy un rostro muy concreto: el del “ansioso contemporáneo”, aquel que mide su valor por la mirada de los demás. Cuando esta necesidad de visibilidad se convierte en obsesión, genera individuos insanos: estresados, frustrados, incapaces de disfrutar del presente y atrapados en la constante aprobación externa.
Este perfil ansioso no surge solo en la edad adulta: se manifiesta en distintos momentos de la vida y de diferentes maneras. Lo encontramos en el bebé que llora porque necesita ser atendido, en el niño que se enfada cuando no consigue su deseo, en el adolescente que se rebela buscando reconocimiento, en el joven que no se adapta a los grupos o al entorno, en la persona madura que se aburre y necesita ser el centro, e incluso en el anciano que insiste en ser terco y notorio para no sentirse invisible. En cada etapa, la ansiedad por ser visto adopta un rostro distinto, pero siempre muestra un mismo patrón: la necesidad de que otros validen nuestra existencia.
San Pablo describe a Jesús como “uno de tantos” (Filipenses 2,6-8). No buscó protagonismo, pero tampoco dejó de ser alguien. Ser “uno de tantos” significa construir la identidad en relación con los demás, vivir con ellos y para ellos, en libertad y autenticidad.
El ansioso confunde visibilidad con valor, mientras que Jesús nos enseña que la verdadera dignidad se encuentra en la fidelidad a nuestra identidad y en la entrega al otro.
El escritor Oscar Wilde, en su obra El retrato de Dorian Gray, afirma: “Lo único peor que hablar de uno mismo es no hablar de uno mismo”. Esta frase resalta la paradoja del ansioso contemporáneo: busca atención para sentirse validado, pero al hacerlo, se aleja de su verdadera identidad y de relaciones auténticas.
Elegir el último lugar en la mesa no nos hace pequeños; nos hace libres. Nos permite aportar lo mejor de nosotros mismos y disfrutar de la comunidad sin ansiedad.
El ansioso, en cambio, se priva de esta libertad, atrapado en su necesidad de ser visto, de sobresalir, de ser admirado. Aprende tarde o nunca a compartir, a escuchar, a servir por el bien del otro.
Que nuestra grandeza se mida por la entrega, por la capacidad de acompañar y construir comunidad, y no por la notoriedad que conseguimos. Que liberemos al ansioso que habita en nosotros y descubramos la paz de vivir con y para los demás, tal como nos enseñó Jesús.
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