Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban:
–Tú eres el Hijo de Dios.
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió a un lugar solitario.
La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.
Pero él les dijo:
–También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.
Y predicaba en las sinagogas de Judea.
El Evangelio de hoy nos lleva a la casa de Simón: “La suegra de Simón estaba con fiebre… Jesús la tocó, la levantó, y enseguida se puso a servirles”. A simple vista parece una escena doméstica, pero encierra un camino espiritual que todos necesitamos: pasar del servicio que enferma al servicio que da sentido.
La suegra de Simón aparece postrada, dominada por la fiebre. En la Biblia, la fiebre no es solo malestar físico, sino una fuerza que quema y desgasta. Ella estaba incapaz de servir, y lo que debía ser un gesto de amor se había convertido en una carga. Lo mismo nos pasa cuando el servicio se vive solo como obligación: el “tengo que” que agota, el activismo vacío que quema por dentro, tanto en la familia, en el trabajo, como incluso en la Iglesia.
Pero el Evangelio muestra el paso decisivo: Jesús se acerca, la toca y la “levanta”. La palabra usada evoca la resurrección. No solo le devuelve la salud, sino que la libera, le devuelve dignidad y alegría. Antes de servir, es necesario dejarse levantar por Cristo. Sin esa experiencia, nuestro servicio se convierte en peso; con ella, se transforma en don.
Por eso, cuando ella se pone a servir, ya no lo hace por obligación, sino desde la gratitud. El texto usa el verbo diakonein, el mismo que describe la misión de Jesús: “El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir”. Ahora su servicio es libre, pleno y fecundo.
Este mensaje es muy actual. Vivimos en una cultura que produce fiebre: exigencias, estrés, activismo. También en la Iglesia corremos el riesgo de hacer mucho, pero sin vida interior. El Evangelio nos recuerda que el servicio verdadero no nace del desgaste, sino del encuentro con Cristo que nos levanta. No se trata de hacer más, sino de amar mejor.
Nada que pedir, nada que rehusar. Gracias por tus comentarios
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