viernes, 7 de febrero de 2020

EVANGELIO DEL VIENES 7 DE FEBRERO. SEMANA 4ª DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO
En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey de Herodes oyó hablar de él.
Unos decían:
«Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él». Otros decían:
«Es Elías».
Otros:
«Es un profeta como los antiguos».
Herodes, al oírlo, decía:
«Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado.
El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy
perplejo, aunque lo oía con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:
«Pídeme lo que quieras, que te lo daré».
Y le juró:
«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
Ella salió a preguntarle a su madre:
«Qué le pido?».
La madre le contestó:
«La cabeza de Juan el Bautista».
Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.
Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro. 

Marcos  6, 14-29

COMENTARIO

A los hombres y mujeres del siglo XXI conscientes de la complejidad de la realidad, lo primero que se nos viene a la cabeza es que la causa de aquella decapitación debió tener unos antecedentes y otras causas más enrevesadas; porque, ¿una simple danza pudo llevar a tal atrocidad? 

Es cierto que el “oficio” de auténtico profeta en Israel era altamente peligroso y comprometido con el poder. Pero parece cierto e histórico que la “chispa” que hizo saltar por los aires la vida del Bautista fue una simple “danza”.

Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida creo que debe ponernos sobre aviso de lo determinante que son nuestras actitudes cotidianas. Está claro que en nuestras anónimas manos no está el destino de la humanidad, pero sí que pueden llegar a ser “chispas que prenden un cañaveral” como dijo el sabio (cfr. Sabiduría 3, 7)

Hoy hay muchas “danzas de los sentidos” que provocan no pocas turbulencias de sentimientos en nuestro pequeño mundo… pongamos algunos ejemplos:

La danza del “tiro la piedra y escondo la mano” : se trata de un movimiento rápido, incisivo, selectivo…hiere pillando al otro despistado y para cuando uno quiere defenderse el atacante ya está a salvo. Es propio de individuos cobardes y de colectivos podridos con poco futuro, aunque el rendimiento “a corto”, como dirían los economistas, no es desestimable.

La danza del “mírame y no me toques”: se trata de un movimiento muy estilizado. El que pide “ser mirado” reclama atención, liderazgo (o discipulado, como se dice ahora)…pero… no me toques porque la liamos. Quienes así danzan, a nadie pueden tener a su alrededor, porque la alargada sombra del otro, convierte convierte a los "mirados" en vampiros a plena luz del día. 

La danza del “en boca cerrada no entran moscas”: se trata de una danza boba, muy boba… pero eficaz. El “paso principal” es no abrir la boca. Suele acompañarse de mirada atolondrada e inerte. El paso secundario es altamente complejo: se trata de estar en todos lados pero sin moverse, cuál testigo mudo de todo, a mitad de camino entre el tonto útil o el útil pillo.

¿Veis? Tres danzas sensuales de hoy y de siempre, cómplices de sentimientos hirientes; tres movimientos cotidianos, a simple vista de escaso recorrido, pero con la fuerza suficiente de arrasar ilusiones y motivaciones.

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