sábado, 29 de abril de 2017

LA PASCUA DE LOS CAMALEONES. COLABORACION EN COPE



La pascua de los camaleones

Decía mi abuelo en los últimos años de su vida y en ese tono apocalíptico que les caracteriza a los que rondan los cien años, que las cosas estaban últimamente “patas arriba”. Yo no sé si es porque rondo ya el medio centenar de años, pero pienso cada vez más como él: ciertamente las cosas ya no son como parecen ser que tienen que ser.
 Muchas personas, y es de agradecer, viven convencidas en una cierta lógica del camaleón, es decir: cambian de color para sobrevivir, pasando un poco desapercibidos. Porque hacer lo que tienes que hacer, pasando desapercibido, sin estridencias, es garantía de una cierta lógica de la encarnación muy acorde con aquello que decían  del Maestro de Galilea: “pasó por uno de tantos, actuó como un hombre cualquiera, no hizo alarde de su categoría de Dios, y puestos a llamar la atención , la llamo a la baja, muriendo en la cruz”.

Pero hay gentes para quienes la lógica del camaleón no tiene el objetivo de “sobrevivir” en el ambiente o “adecuarte” en el para “ser uno de tantos”. No. Ciertos camaleones de hoy, lo son para super-vivir, para marcar la diferencia, vamos para “dar la nota”. Que toca “montaña”, nos ponemos con lo más explosivo del Decathlon, que toca “playa”, no nos faltan las gafas de sol aviator classic,  flash o full color…; que toca gris, gris, que toca negro, negro, que toca púrpura, púrpura. Aunque reconozco que nada más explosivo como el carmesí, anhelado por unos y lucido por otros.  Las células del camaleón hoy se volverían locas para producir tal gama de colores con la sola excusa de “llamar la atención”, y desde luego muy lejos de esa humilde lógica galilea del sentido común. Lo dicho, como decía mi abuelo: “el mundo patas arriba”.

Y para colmo, el otro día, no sé si en una televisión local, regional o nacional, vi la imagen de un Cristo nazareno en procesión que, bajo su sentida túnica, se le adivinaba camisa de blanco impoluto, en cuyas mangas destacaban sendos gemelos. Nada que objetar desde el punto de vista estético, ahora bien, el contraste del brazo engemelado agarrando la cruz, se antojaba brazo perdido como un santo sin paraíso, por no poner otra de las magníficas y explosivas comparaciones del siempre sugerente cantar de Joaquín Sabina.

Pero no está todo perdido estimado oyentes, estamos en Pascua. Porque si algo aprendemos en el Triduo Pascual es que más allá de las traiciones que devienen en negaciones, todo puede volverse a encontrar si optamos por regresar a Galilea. Allí, en Galilea, todo vuelve a cobrar sentido; por ello, hasta ese lugar manda el ángel evocador de la Resurrección a las mujeres que, ingenuas ellas, iban a revestir a Jesús con los colores definitivos de la muerte. Y es que, tras el experimento de la capital, Jerusalén, el auténtico discipulado se refundó en las periferias galileas.

En esto, fíjense, Jesús fue un camaleón díscolo. Murió cuando tocaba vivir, y vivió cuando tocaba morir. En él, el cambio de color, era por amor. Entiéndame, amor no del propio, sino de ese que tiene capacidad de humanizar nuestra historia, llenándola de dignidad.


Otra Pascua, además de no ser posible y ser irreverente, no deja de ser más que un cuento de charlatanes o una charlotada de cuentistas.