domingo, 15 de enero de 2017

LA MISIÓN Y EL TIEMPO ORDINARIO



Quieras que no la Navidad tiene un no sé qué cálido que te seduce. Por más que hay gente que se empeña en decir que está deseando que pase, yo reconozco que para mí siempre han sido días de cobijo deseado. En fin, cuestión de miradas.

Pero ya han pasado y todos contentos. Ahora nos encontramos con unas semanas que para los cristianos coinciden con el re-encuentro del tiempo ordinario. Reconozco que me encantan también estas semanas hasta comienzos de marzo. NO soy muy dado a los excesos litúrgicos, e incluso mi falta de finura en esas lides quizás me haga ignorar alguna fiesta, pero tengo la sensación de que de aquí al uno de marzo, más bien todo es normalidad, todo es ordinario.

En lo ordinario se pone “negro sobre blanco” la eficacia de nuestros trabajos, de nuestras propuestas y de nuestra ordinaria capacidad de persuasión. Creo que estos meses son los idóneos para que los cristianos contemos de lo que vamos. No hay excesos propios de las tradiciones castizas de la religión, tampoco la religiosidad popular nos coloca en suerte ninguna imagen “pasionera” que nos quite el sentío, y los populismos religiosos son más primaverales y de corte floral.

Bueno pues… manos a la obra. Ahora es el momento de la Misión, de la propuesta evangelizadora ordinaria. Vamos a aprovecharla.

En este sentido creo que la misión diocesana debería motivar que en nuestros consejos de pastoral se repensara y se discurriera sobre el interesante y urgente tema de la Iniciación cristiana. Pero no en clave de exigencia atosigante, sino en clave de propuesta fascinante. Me explico.

Si hay algo falto de un mejor acompañamiento es esto del cristianismo sociológico. Bautismo, Eucaristía y Confirmación los venimos celebrando dentro del templo, ya, pero si somos sinceros y trazáramos una línea imaginaria del lugar real del templo en el que se celebran dichos sacramentos, habríamos de concluir que no los celebramos más allá del atrio.

En tiempos de misión creo que es irremediable un represamiento de estas celebraciones de la fe porque el riesgo de quedar reducidas a protocolos de la fe está a la vuelta de la esquina. No sería razonable que en estos dos años de misión, al iniciar ese ejercicio de salida que nos propone el papa, no nos detuviéramos en el atrio existencial de nuestras Iglesias donde cada semana se queda tanta gente.

Creo que es el punto 1.127 del Catecismo de la Iglesia Católica quien afirma que los sacramentos confieren la gracia. Pues bien, si confieren la gracia, todo lo que les rodea ha de ser percibido en línea de propuesta fascinante. En esta clave habría pues que repensar tanto la catequesis pre-sacramental como el acompañamiento post-sacramental.

Tengo la sensación de que el futuro de la Iniciación Cristiana, si optamos por mantener este esquema, no está tanto en el pre como el post. En esta línea merecería la pena que misionáramos un poquito.


Bueno, pues aprovechemos este tiempo ordinario en estas cosas tan ordinarias de la fe. Tanto…tanto que nos las encontramos todos los días. Sería irresponsable abrir y los ojos cada día y no ver lo que hay, y sería insensato, deficitario de gracia, es decir, poco gracioso, dejar morir estos procesos por falta de realismo o por exceso de conformismo.

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