lunes, 14 de noviembre de 2016

LUNES DE LA XXXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 14 DE NOVIEMBRE

EVANGELIO
En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: «Pasa Jesús Nazareno.»
Entonces gritó: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!»
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»
Él dijo: «Señor, que vea otra vez.»
Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado.»
En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Lucas   18, 35-43

COMENTARIO


El pobre ciego del evangelio de hoy tuvo suerte. Se encontró con una persona que “marcó tendencia” y le marcó su vida. Estoy seguro de que si el ciego se hubiera encontrado con el sumo sacerdote, su vida habría continuado en la misma miseria. Pero, por suerte, se encontró con Jesús. Algunos incluso sostienen que Jesús “se hizo el encontradizo con él; si esto es verdad, la actitud de Jesús tuvo que ser una auténtica “pasada de frenada” para el judaísmo más ortodoxo de su tiempo. Veamos por que.

Resulta que el ciego lo era por maldición de Dios. La ceguera, en el bruto sistema de vida judío (visto desde nosotros, desde luego), era una maldición de dios (por respeto pongamos a este dios con minúscula). Podéis comprobarlo en el libro del Deuteronomio 28, 29. 

El sistema social judío no penséis que era como el de la agencia tributaria española (al que se le escapan algunos corruptos); no, al sistema judío no se le escapaba nada, era perfecto, por eso estipulaba en su base legislativa que los ciegos, malditos ellos, no podían ofrecer culto a dios (libro del levítico 17-20). ¡Para que luego digan que la sociedad de la información es la más perfecta que ha existido!.

En esto llega Jesús, un virus (con perdón) para el sistema judío, y le viene a decir al ciego que le importa muy poco que dios (con minúscula) haya pronunciado una maldición sobre él. A él le interesa su vida, que vea bien, que acierte a vivir con todos los sentidos, que sea feliz; si eso es lo que quiere el ciego por qué no va Jesús a propiciarlo. 

Yo me imagino a Jesús pensando: “¿hay algo más humano que  querer ser feliz, hay algo más noble que intentar cada día la vida?. Yo he venido para liberar y curar, no para hurgar en la herida; yo he venido para bendecir, no para maldecir; y mi Padre es experto en bendecir.” 

Y se produjo el milagro. Milagro que más allá de consistir en una vista recuperada, significaba sentirse bendecido y no cuestionado; sentirse próximo a Dios, y no lejos de su presencia.

Hay que decir que el ciego no hizo unos ejercicios espirituales, ni se arrepintió de nada. Simplemente mostro un deseo: “que vea Señor”; y Jesús, por su parte, no impuso una penitencia que le sacara de su maldición e impureza, sino que al instante le dijo “recobra tu vista”.

Cuando a veces cerramos la puerta de los sacramentos a personas a quienes la vida les ha dado otra oportunidad para ser felices, o a quienes entienden su proyecto personal de vida afectiva de un modo distinto al que nosotros consideramos ideal, yo me imagino al buen Jesús diciendo: "¡pero hombre… no maldigáis tanto… cortaros un poquito… confiad más en los sentimientos de la gente… ¿quieren ver?... que vean… Para esos estáis vosotros, para facilitar la experiencia de Dios, no para declararla imposible!..."

Un comentario sobre la ceguera como problema teológico, podéis leerlo aquí.Y también pulsando en este punto rojo de más abajo.

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