EVANGELIO
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»
Él les dijo: «Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Él les dijo: «Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Lucas 11, 1-4
Es curiosa la petición
que le hacen los discípulos a Jesús: “enséñanos
a orar”. Igualmente curioso es el origen del significado de la palabra “orar”.
Vendría a ser algo así como “ponernos en movimiento”, “salir de nosotros mismos”,
“desinstalarnos”, “romper nuestros límites”… todas estas matizaciones entrarían
dentro del origen del término orar.
Es estrecha la
oración que sólo consiste en “pedir”. Está claro que “pedir”, en el fondo,
supone caer en la cuenta de que todo no está al alcance de tu mano y de que has
de “ponerte en camino” y buscar. Ser “orador”,
por tanto, es “ser buscador”. En este sentido creo que cobra una nueva
dimensión la oración “tipo” de los creyentes que aparece en el evangelio de
hoy: el Padre nuestro.
Más allá del
contexto en el que surge la experiencia de Dios como Padre o Madre, parece
claro que desde la sensibilidad de Jesús, orar es salir de ti para encontrarte
con otros y expresar así el valor de la fraternidad. Padre o Madre ( y más en
la cultura judía) refuerza un sentimiento de hermandad propio del que se sabe “uno
junto a otros”.
El “venga tu
reino” y el declararse “acogedor” del “pan
de cada día” es una bella manera de expresar nuevamente que quizás lo más bello
y decisivo de la vida es siempre algo “recibido”. Para una cultura como la
judía, eso era algo normal; ahora bien, para una cultura como la nuestra, en
gran parte “prometeica” (lo que tengo es porque me lo he ganado yo),
probablemente considere esa actitud propia de personas con poca prosa y mucha
poesía.
Por eso, cuando echamos
raíces en ese déficit de “gratitud”, la vida se nos vuelve incómoda y el enfado
continuado con la realidad nos instala en la infelicidad.
La llamada al “perdón”,
perdón que se ofrece y perdón que se acoge, es típico de quienes salen cada mañana
a la vida descubriendo puntos de encuentro y no puntos de conflicto; por eso, buscar
la reconciliación expresa la sensatez de una manera de vivir.
“No ceder a la
tentación” es no bajar la guardia. Cada mañana podemos empeñarnos en “dejar de
ser hijos”, renunciando a la fraternidad y optando por un sálvese quien pueda. Llegados
a ese punto, habremos renegado de Dios, es decir, del hermano.
Por eso el Padre nuestro,
más que una oración es una manera de vivir; y no hay otra manera de rezar
que no sea vivir.
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