sábado, 5 de marzo de 2016

HISTORIAS PARA DESPERTAR

Una maestra, compañera de trabajo, me explicaba en una ocasión: “Íbamos por la calle mi marido y yo con la niña, que lloraba desconsoladamente, porque quería que la lleváramos en brazos, y nosotros nos negábamos. Teníamos nuestras razones: no queremos que sea una “blandengue” consentida, que a la mínima que pide una cosa se la tienes que dar para que esté contenta; tiene que acostumbrarse también a andar, a esforzarse, a superar alguna dificultad. El caso es que muchas personas que nos veían nos lanzaban una mirada ‘de reproche’, como si fuéramos unos padres de lo más cruel...” 

Y un hombre de religión musulmana explica este cuento, que habla de él mismo. 


Yo era un chico muy piadoso, nunca dejaba de hacer mis oraciones. Una noche estaba rezando con mi padre y con otras personas. Al cabo de un rato, algunas de aquellas personas que estaban con nosotros empezaron a adormilarse, hasta que, al final, todas quedaron dormidas del todo. Yo dije a mi padre: “Ni uno sólo de estos es capaz de abrir los ojos o de levantar la cabeza para decir sus oraciones. Parece que todos estén muertos. ¡Qué falta de respeto, qué poca consideración y qué poco espíritu religioso!” Y mi padre me contestó enseguida: “Querido hijo: ¿Ya sabes qué les pasa? ¿Sabes, tal vez, por qué se han dormido? ¡Preferiría que tú también estuvieras dormido como ellos, en lugar d estar criticándolos!” 


¡Cuántas energías gastamos en hablar mal de los otros! ¡Cuántas miradas “reprobadoras” lanzamos contra algunas personas! Y muchas veces lo hacemos porque no conocemos los motivos de sus actuaciones. ¿Hasta cuándo juzgaremos a los demás sólo por las apariencias?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu opinión.