lunes, 7 de marzo de 2016

EL SANTO DEL 7 DE MARZO

SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD
© ONDA CERO. El Santoral de Genestal

Hoy celebran su onomástica quienes tengan por santo a:
Santa Felicidad, Santa Perpetua, San Sátiro, San Eubulio Y San Pablo, el Simple
Destacamos a:
San Pablo, el Simple
Nos situamos en el siglo IV y en Egipto. San Pablo el simple, que era también anacoreta, fue uno de los más eminentes discípulos de san Antonio Abad. La infidelidad de su mujer le ayudó a desprenderse del mundo. Abandonó a su esposa, sin una palabra de reproche, y emprendió un viaje de ochenta días por el desierto en busca de san Antonio, para rogarle que le aceptara como discípulo y le enseñase el camino de la salvación. San Antonio no lo admitió dada su edad.

Pablo permaneció ahí cuatro días, entregado al ayuno y la oración hasta que san Antonio lo vio al abrir la puerta: «Vete de aquí anciano -le dijo el patriarca- ¿Por qué eres tan testarudo? No puedes quedarte aquí toda la vida». San Pablo replicó: «En este sitio voy a morir». Viendo que no tenía alimentos y temiendo que su muerte le pesara sobre la conciencia, san Antonio tuvo que admitirle en el monasterio contra su voluntad. «Para salvarte, tienes que ser obediente y hacer todo lo que yo te mande», le recomendó, »Haré todo lo que me mandes», contestó Pablo.

Y puestos a mandar , San Antonio le mandaba ir a traer agua y verterla en un agujero, o bien tejer canastas de juncos para destejerlas después, o coser y descoser sus vestidos; pero, por absurdos que fuesen los mandatos de san Antonio, san Pablo obedecía pronto y alegremente. En cierta ocasión, san Antonio vació un tarro de miel en el suelo y mandó a san Pablo que la recogiese sin un ápice de polvo. Un día le mandó silencio y así estuvo una semana callado porque a San Antonio se le olvidó decirle que ya podía hablar. Pero San Pablo, ...obedecía. De ahí lo de la simpleza.

Aunque aparte de obedecer, otro  de sus dones era el de leer en los corazones; al ver a un hombre en la iglesia, con sólo mirar su rostro, podía decir si sus intenciones eran buenas o malas. 


Llevaba razón razón A. Maurois, novelista francés del XIX, cuando afrimaba que:

En la conversación, como en la guerra, basta resistir un cuarto de hora más que el adversario. La tenacidad vence sobre la razón porque reduce al adversario al silencio por medio del aburrimiento