jueves, 22 de octubre de 2015

JUEVES DE LA SEMANA XXIX. EL EVANGELIO DEL 22 DE OCTUBRE



EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla.¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

Lucas 12, 49-53
COMENTARIO


Ciertamente, el texto de hoy es complicado de interpretar. Aunque más que complicado, digamos que es necesario proceder con “rigor”. Lógicamente no tenemos espacio. 

La interpretación que parece más cierta es la que considera que estas palabras son una inclusión (así, como suena) tardía en el evangelio de Lucas. Es decir, que dado que Lucas escribe cuando ya ha visto como reaccionaban muchos creyentes ante el anuncio de la palabra de Dios, pone en labios de Jesús lo que está viendo: familias que “por la fidelidad al espíritu de Jesús” se dividen y se rompen. 
 
Incluso se afirma que el escritor de este texto tiene frente a sí el desasosiego y el dolor que produjeron entre los cristianos las persecuciones, sobre todo aquellas primeras que provenían de los dirigentes del pueblo de Israel. 

Tenemos que tener en cuenta que en aquel tiempo la familia probablemente era, antes que una sociedad caracterizada por el afecto y los sentimientos, una “entidad cultural” que vertebraba la identidad y la economía  judía.

Muchas personas, sobre todo mujeres, encontraron en las actitudes de Jesús una serie de actitudes liberadoras que les animaban a un “cambio radical de vida. 

Por cambio radical entemdemos no que se metieran a curas o a monjas, sino que optaron por una manera de ver la vida no tan pegada a la “centralidad” de lafamilia  judía”: la llamada “estirpe de David”.

El “bautismo” del que en algún momento de su vida habló  Jesús (bautismo de fuego), era supropia  muerte, es decir, el momento que “certificaría” no solo con palabras, sino con el testimonio de su propia vida, que su proyecto iba en serio y su reforma del judaimso era radical, aunque tuviera que “pagar” con su vida.

Si a esto unimos que el “fuego” (elemento purificante), en la mentalidad bíblica supone la “lleado de algo nuevo”, resulta entonces que el jeroglífico de estos escasos versículos de hoy empieza a des-codificarse.  

Podríamos resumiro en la siguiente frase: Jesús y su propuesta de vida que concluye con su muerte (bautismo) supone un proyecto de sociedad nueva que pone patas arriba (fuego) el orden establecido judío, con las consecuencias desestabilizadoras (división-enfrentamiento) que una apuesta así conlleva.

Traído el texto al hoy de nuestra vida, muy en resumen y por no cansaros mucho ya, significa que una experiencia de fe que no nos mueva al cambio personal (creer en honradez y humanidad) y  a la transformación social (justicia), supone un fracaso como religión. 

No en vano hay quien defiende la religión “light” y la “privatización” de la fe, o lo que es lo mismo “reza en tu casa pero que no se note en nada y no se te note nada, al salir de ella”




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