viernes, 7 de agosto de 2015

VIERNES DE LA SEMANA XVIII. EL EVANGELIO DE HOY, 7 DE AGOSTO

EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.»
Mateo 16, 24-28

COMENTARIO

Un día más aparece en la lectura del evangelio este tándem pérdida/ganancia que sitúa a la propuesta evangélica en una tesitura de "contraculturalidad", dado que el deseo de "propiedad" y "autonomía" son dos valores centrales en nuestra cultura.

Efectivamente, este juego de pérdida y ganancia resulta altamente peligroso en una sociedad que juega con reglas claras para no perder nunca, y que apuesta de vez en cuando con cálculo asumido de daños colaterales.

En la mística de Jesús la ganancia es real, pero la pérdida también. De ahí que su mensaje sea siempre conflictivo. El evangelio de hoy anuncia la resurrección (ganancia) pero por el camino extrañamente necesario de la cruz (pérdida); la semilla da fruto (ganancia) pero previamente ha de enterrarse y morir (pérdida); el hijo menor en la parábola del padre bueno regresa con salud (ganancia) en el mismo instante que el padre bueno siente que su hijo mayor no quiere participar del banquete por el re-encuentro (pérdida).

Éste es el realismo de la fe cristiana. No hay magia; hay una tensión vital, en ocasiones insoportable, pero que es portadora de una irrenunciable pasión por la vida.

El camino de la felicidad no se hace de ausencia de pérdidas y de continuas ganancias. La felicidad anhelada es esa extraña mezcla de pérdida y ganancia que nos permite cada día, cada minuto extraerle a la vida su jugo de sentido. Se me ocurren tres itinerarios para llevar a cabo esta tarea:

1. Saber perder el tiempo con quienes nos necesitan, vaciarnos de nosotros mismos para que los demás encuentren en nosotros un hueco donde cobijarse; sentir que lo nuestro es estar entre-tenidos, es decir teniéndonos unos a otros, sosteniendo nuestras historias.

2. Perder protagonismos personales y monólogos que aburren y dedicarnos a embellecer las escenas de la vida donde otros puedan contarnos su historia. Cuando sólo pensamos en nosotros mismos nuestro orgullo aumenta y se despreocupa de la vida de los demás conservando sólo la nuestra. Eso nos hace perder la capacidad de asombrarnos y de dejarnos afectar por la alegría y el dolor de los demás. Un maestro espiritual de hace unos siglos, el maestro Eckhart, afirmaba que en ocasiones “hemos de saber quitarnos de en medio para que Dios y los otros puedan aparecer”

3. Perder independencia para ganar inter-dependencia. Y es que hay veces que nos cuesta recibir porque no queremos reconocer nuestras carencias, limitaciones, impotencias... Dejar que el otro me ayude es horrible, porque tengo que reconocer que yo no puedo solo. También nos negamos a recibir porque somos celosos de nuestra libertad, no queremos deberle nada a nadie en un futuro. Recibir nos pone en un estado de vulnerabilidad y de cierta indefensión. Por eso hay mucho encanto en saber recibir de balde porque sólo así, no creyéndome independiente de todos podré sentir la inter-dependencia con todos. Cuanto más extenso sea el intercambio, tanto más profunda será la felicidad.



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