martes, 18 de agosto de 2015

MARTES DE LA SEMANA XX. LA PRIMERA LECTURA DEL 18 DE AGOSTO




PRIMERA LECTURA
En aquellos días, el ángel del Señor vino y se sentó bajo la encima, de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas.
El ángel del Señor se le apareció y le dijo: «El Señor está contigo, valiente.»
Gedeón respondió: «Perdón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venid, encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres: "De Egipto nos sacó el Señor". La verdad es que ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas.»
El Señor se volvió a él y le dijo: «Vete, y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío.»
Gedeón replicó: «Perdón, ¿cómo puedo yo librar a Israel? Precisamente mí familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre.»
El Señor contestó: «Yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre.»
Gedeón insistió: «Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien habla conmigo. No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda y te la presente.»
El Señor dijo: «Aquí me quedaré hasta que vuelvas.» Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo ofreció bajo la encina.
El ángel del Señor le dijo: «Coge la carne y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo.» Así lo hizo.
Entonces el ángel del Señor alargó la punta del cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor desapareció.
Cuando Gedeón vio que se trataba del ángel del Señor, exclamó: «¡Ay Dios mío, que he visto al ángel del Señor cara a cara!»
Pero el Señor le dijo: «¡Paz, no temas, no morirás!»
Entonces Gedeón levantó allí un altar al Señor y le puso el nombre de «Señor de la Paz.»

Jueces 6, 11-24
COMENTARIO
La historia se repite. Cuando se conquista la Tierra Prometida, es decir, cuando se amplía el “mercado”, las costumbres se disipan (nuevos valores, nuevos dioses, nuevos mitos…) y tienen que haber personajes que se encarguen de “recordar” lo fundamental y volver al “orden primero”. La verdad es que nosotros no somos tan distintos. El riesgo de “construir una religión abierta” conlleva el continua descernimiento sobre la evolución de dicha religión.

Gedeón es elegido por Dios para llevar a cabo esa tarea. El texto de hoy es un texto “vocacional”, con los mismos ingredientes que después nos encontraremos en los textos proféticos, e incluso en la anunciación de María. Si tenéis tiempo y curiosidad observad el gran parecido que hay entre el texto de hoy y el anuncio del ángel a María en el evangelio de Lucas sobre el nacimiento de Jesús; me refiero concretamente a la secuencia anuncio-asombro-incapacidad-garantía divina.

Pertenece a la estructura evolutiva de las religiones la necesidad de “discernir” continuamente entre tradición y novedad. Esa tarea crítica y de discernimiento ha de hacerla alguien. Un criterio importante para detectar la la “calidad humana” de quien puede llevar a cabo esa tarea es la humildad.

Allí donde hay hombres prepotentes que se saben con el “depósito exclusivo de lo divino”, evidentemente desaparece cualquier posibilidad de discernimiento, y su “autoridad” se parece más a la del dictador que a la del servidor, por muy “ministro” de Dios que se considere.


La lástima es que igual que hay “lobos con piel de corderos”, no faltan en nuestra Iglesia “ministros” a quienes se les llena la boca de humildad pero su “ego” les delata, si no por las palabras, sí por su obras.

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