Un anciano labrador dueño de un viñedo
tenía tres hijos. A ninguno le gustaba el trabajo y habían confiado su vida a
la buena suerte. Como el anciano estaba por morir, los llamó y les dijo:
- “Les voy a revelar un secreto... en mi
campo, cerca de alguna de las vides, hay enterrado un tesoro, a poca
profundidad... si lo encuentran, los tres podrán vivir cómodamente”.
A los pocos días murió.
Los hijos repartieron la tierra en partes
iguales y comenzaron a cavarla. No contrataron peones para no correr riesgos.
Fue un trabajo lento y prolijo en el que
daban vuelta a cada terrón.
Tardaron un mes y medio y no encontraron
nada. Cambiaron los lotes y repitieron la operación sin hallar nada. Otra vez
rotaron las parcelas con igual resultado. Pero al cabo de cuatro meses,
descubrieron que las vides estaban cargadas de enormes racimos de uvas.
Como la tierra había sido removida con
tanta dedicación, la cosecha fue muy abundante y les dio una ganancia superior
al valor del tesoro que buscaban.
Así que descubrieron que, si repetían el
esfuerzo todos los años, podrían vivir cómodamente.
El tesoro estaba en la tierra, pero había
que buscarlo de otra manera.
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