lunes, 6 de julio de 2015

LA PRIMERA LECTURA DE HOY, LUNES DE LA SEMANA XIV




PRIMERA LECTURA
En aquellos días, Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán. Casualmente llegó a un lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol. Cogió de allí mismo una piedra, se la colocó a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella.
El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: «Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.»
Cuando Jacob despertó, dijo: «Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.»
Y, sobrecogido, añadió: «Qué terrible es este lugar; no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo.»
Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó como estela y derramó aceite por encima. Y llamó a aquel lugar «Casa de Dios»; antes la ciudad se llamaba Luz.
Jacob hizo un voto, diciendo: «Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he levantado como estela será una casa de Dios.»

Génesis 28, 12-22
COMENTARIO


“La escalera de Jacob” quizás suene más como producción cinematográfica de los “90” que como acontecimiento bíblico fundamental en la historia de Israel. Pero no, como suele ser en estos casos lo “original” es lo “bíblico”.

Jacob, como todos los personajes bíblicos –al fin y al cabo como nosotros-, es un personaje ambiguo. Capaz de lo mejor y de lo peor. Por eso cuando nos acercamos a Jacob (un “santón” judío –un padre fundador de la patria o patriarca),  descubrimos a un “hombre elegido” (es una manera de hablar) pero también a un hombre, por ejemplo, mentiroso.  Una sana y leal cura de realismo de lo que somos los “seres humanos” y los ”seres humanos creyentes”.

A lo que íbamos, el episodio de hoy narra como Jacob, que salió huyendo por pies de su pueblo por la “mentira” perpetrada por él y por su madre,  y que le permitió obtener la “primogenitura y la bendición de su padre por un guiso de lentejas, se recostó en una piedra y tuvo un sueño. El sueño ya habéis leído en que consistió (la famosa Escala de Jacob).  Después de aquel sueño “consagró” aquella piedra que le sirvió de almohada y siguió camino, eso sí, confirmado en su identidad y su misión.

¿Qué tiene que ver esto con la fe?. Evidentemente lo del sueño es lo de menos. Además el autor bíblico deja claro que es un sueño. Ni siquiera nos deja en la duda de que pudiera haber una escalera llena de angelotes que “conectara el cielo con la tierra”. Fue simplemente un sueño. 

Ahora bien, aquel acontecimiento de la “escalera de Jacob” marcó su vida. Tiene que ver con la fe del pueblo judío porque así era como dicho pueblo iba configurando su “experiencia de Dios”.

Jacob debió sentir en aquel lugar cómo en ocasiones hay personas, acontecimientos y espacios que nos abren el sentido de la vida. La vida no es sólo plana (rutinaria), en ocasiones es “profunda”. 

Probablemente Jacob, no muy conforme con lo que había hecho, engañando a su hermano, aunque fuera urgido por su madre a hacerlo, “tomó conciencia” de su misión en la vida y se “conectó” de nuevo a una historia vital que hasta ese momento se presentaba “cortocircuitada”.

Hay una frase preciosa que "marca" el tiempo del "relato: "Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía". Es precioso, insisto.  Supone una "cura de humildad" para todos los que vamos por la vida dando lecciones de dónde está Dios y dónde no. En muchas ocasiones me he preguntado, a lo largo de estos veintitantos años de "vocación", las veces que he podido "frustrar" el sentimiento creyente de alguien quizás por no haber tenido la suficiente sensibilidad para reconocerlo, y entonces, ha aparecido en mí más la actitud del que "pontifica" que del que "facilita".

Todos en la vida tenemos momentos en los que nos “acontece” algo parecido a lo de la “Escala de Jacob”: la vida se nos abre, se nos abre el “sentido de nuestra vida, o incluso cabe que  “no habiéndose  cerrado nunca”, adquiera una significación nueva que la plenifica. Podemos llamarlo motivación, o ilusión, da igual, se trata de momentos, espacios, personas, acontecimientos que permiten dotar de sentido tu existencia.

Si queremos emplear una palabra clásica para este acontecimiento podemos emplear el término “sacramentalidad”. La realidad es “sacramental”, está llena de acontecimientos y personas que significan más de lo que aparentemente expresan. Si no fuera así, la vida sería aburrida y plana.

Por eso Jacob  roció con aceite aquel lugar, como diciendo, “este lugar tiene una ternura especial para mi”. Como cuando, por ejemplo nosotros “acariciamos” un objeto de un ser querido nuestro que conservamos. Evidentemente no acariciamos el objeto, acariciamos la significación que para nosotros tiene. En ese momento el objeto se reviste de una cierta sacramentalidad, es decir , de un cierto carácter sagrado, sobre humano, noblemente humano, que me hace “mirarlo” y “estar ante su presencia” de un modo diferente.


Podríamos escribir otro folio más hablando del valor de los “sacramentos” que frecuentemente celebramos: la Eucaristía, el Bautismo….; pero se nos iría “la intención” de las manos.

Tras una experiencia “contradictoria”, la Escala supuso para Jacob un momento de lucidez. Los acontecimientos humanos no son herméticos; la vida es porosa, por tanto bio-degradable y bio-saludable. toca “detectar los “poros” por los que se nos “cuela” cada día el “sentido” de lo que hacemos.

En aquel tiempo se expresó en términos de sueños y de ángeles que ascendían y descendían. Pero desde que Freud detectó que los sueños más que hablarnos del más allá de la vida nos hablan del “más adentro” de nosotros mismos, y desde que el karma le ha ganado terreno semántico a la angeleología, a nosotros nos toca buscar la mejor manera de “llenarnos de sentido” diariamente a través de las “porosidades” de nuestra historia.


A mí, de momento, me sobran los ángeles y los karmas, tengo suficiente con la vista, el oído, el olfato, el tacto, y el gusto…. El gusto, sí, también, aunque un poco atrofiado estos días por el cargante constipado de verano.

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