PRIMERA LECTURA
En aquellos días, todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos siervas y los once hijos y cruzó el vado de Yaboc; pasó con ellos el torrente e hizo pasar sus posesiones. Y él quedó solo. Un hombre luchó con él hasta la aurora; y, viendo que no le podía, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa, mientras peleaba con él.
Dijo: «Suéltame, que llega la aurora.»
Respondió: «No te soltaré hasta que me bendigas.»
Y le preguntó: «¿Cómo te llamas?»
Contestó: «Jacob.»
Le replicó: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y con hombres y has podido.»
Jacob, a su vez, preguntó: «Dime tu nombre.»
Respondió: «¿Por qué me preguntas mi nombre?»
Y le bendijo. Jacob llamó aquel lugar Penuel, diciendo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo.»
Mientras atravesaba Penuel salía el sol, y él iba cojeando. Por eso los israelitas, hasta hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.
Dijo: «Suéltame, que llega la aurora.»
Respondió: «No te soltaré hasta que me bendigas.»
Y le preguntó: «¿Cómo te llamas?»
Contestó: «Jacob.»
Le replicó: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y con hombres y has podido.»
Jacob, a su vez, preguntó: «Dime tu nombre.»
Respondió: «¿Por qué me preguntas mi nombre?»
Y le bendijo. Jacob llamó aquel lugar Penuel, diciendo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo.»
Mientras atravesaba Penuel salía el sol, y él iba cojeando. Por eso los israelitas, hasta hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.
Génesis 32, 22-32
Ya te hablé antes del que fue marido de Raquel, pero no te conté la escena
bíblica en la que se narra una lucha que mantuvo de noche junto a un río con un
personaje misterioso que no se sabe bien si era un ángel o Dios mismo... (Gn
32). Lucharon en la oscuridad y cuando se separaron al amanecer, Jacob estaba
lesionado en una pierna y desde entonces cojeaba siempre al andar. Una
experiencia de límite se había instalado en su cuerpo y tuvo que convivir con
ella hasta su muerte.
¿No te llama la atención el rechazo que existe a tu alrededor a todo lo que
suene a limitación, carencia, disminución o defecto físico? Es como si sólo
tuvieran derecho a existir los guapos, jóvenes, sanos y "exitosos".
Una treintañera amiga me hablaba de la exigencia que pesaba sobre las de su
edad de rendir al máximo en el trabajo, mantenerse en forma, llegar a todo,
entender de todo y estar siempre "guay" y dispuestas a pasarse la
noche del viernes bailando sin descanso en una discoteca. "Y no se te
ocurra decir que estás cansada, harta o estresada porque eso no va, si hay que
estar siempre perfecta.."
Lo que ocurre es que la vida contradice tercamente este código de
triunfadores y es impensable una trayectoria vital en la que no hagan su
aparición los límites, las crisis, o los conflictos. Y es precisamente ahí
cuando emerge casi siempre lo mejor de la persona: su capacidad secreta de
resistencia, de valor y de energía para llevar a adelante su
"cojera".
"Ser creyente es afrontar animosamente la vida", decía el famoso teólogo, Karl Rahner, y esa ampliación del ámbito de la fe nos hace descubrir la cantidad de verdaderos creyentes que pueblan el mundo.
"Ser creyente es afrontar animosamente la vida", decía el famoso teólogo, Karl Rahner, y esa ampliación del ámbito de la fe nos hace descubrir la cantidad de verdaderos creyentes que pueblan el mundo.
Resulta que las experiencias de límite y los momentos inesperados en los
que somos visitados por el sufrimiento en cualquiera de sus formas (la enfermedad,
el fracaso, la pérdida, la ruptura...) pueden convertirse en la tierra sagrada
en la que echan raíces nuestras mejores capacidades y en la que florecen
posibilidades que hubieran permanecido des- conocidas para nosotros. En cuanto
entras en relación profunda con alguien, te das cuenta de que cada persona es
portadora de alguna herida que tiene nombres múltiples: carencia, decepción,
falta de cariño... "La tierra de las lágrimas permanece en un lugar muy
secreto", decía el Principito.
Todos llevamos alguna de esas heridas ocultas y una de las señales de crecimiento en madurez es aprender a sanarlas y a dejar que otros nos ayuden a ello.
Todos llevamos alguna de esas heridas ocultas y una de las señales de crecimiento en madurez es aprender a sanarlas y a dejar que otros nos ayuden a ello.
Recuerdo que cuando vi la película "El hombre que susurraba a los
caballos", me impresionó la historia de la chica que pierde una pierna en
el accidente entendiendo muy bien su primera etapa d e rebeldía y dolor al
verse tan limitada.
Al principio, se encerró en un silencio hermético, alejada e incomunicada de sus padres y de sus amigos, pero su actitud se fue transformando progresivamente a medida que la envolvía el cariño de la gente que contó con ella y le dio responsabilidad en el proceso de curación de su caballo. El sufrimiento la había ayudado a madurar y a conseguir una personalidad más comprensiva y confiada.
Al principio, se encerró en un silencio hermético, alejada e incomunicada de sus padres y de sus amigos, pero su actitud se fue transformando progresivamente a medida que la envolvía el cariño de la gente que contó con ella y le dio responsabilidad en el proceso de curación de su caballo. El sufrimiento la había ayudado a madurar y a conseguir una personalidad más comprensiva y confiada.
Los momentos de oscuridad o de crisis, o de darnos de bruces con nuestra
fragilidad y nuestras carencias, son ocasiones incomparables de
"trascendencia", sobre todo si se tiene la suerte de vivirlo
acompañado por otra persona: "A veces sucede que estás sumido en una
crisis existencial, sin rumbo, y te encuentras con alguien que tiene palabras
cordiales, que te enciende una luz, que te pone una mano sobre el hombro y te
indica un camino. No como el maestro que se limita a decirte: "Ve por ahí";
sino despertando al maestro escondido que hay en ti y ayudándolo a definir un
camino con sentido. Entonces tienes una experiencia de trascendencia, de
ruptura de tu círculo cerrado, de apoyo existencial liberador.
Surge entonces el sentimiento de veneración por esa persona que, por un momento, se transforma en maestro capaz de despertar tu héroe interior adormecido.
Surge entonces el sentimiento de veneración por esa persona que, por un momento, se transforma en maestro capaz de despertar tu héroe interior adormecido.
Una escena del Evangelio viene a decir lo mismo de otra manera: un joven se
acercó corriendo a Jesús, acuciado por una urgencia inaplazable, como si viera
en él su último recurso para encontrar respuesta a la pregunta que estaba
ansioso por resolver. No acudió a él como otros personajes oprimidos por la
enfermedad, sino a partir de una inquietud interior: ¿qué tenía que hacer para
vivir de verdad? No parecía preocuparle la vida terrena porque era muy rico: él
quería saber cómo poseer (heredar, conseguir...) una "vida eterna",
más allá de las limitaciones del tiempo, la fragilidad y la caducidad de las
relaciones humanas, una vida plena, honda y desbordante.
Lo sorprendente de la respuesta de Jesús es que emplea sus mismos códigos
de lenguaje, pero en otra dirección: no en la del acrecentamiento, posesión o
herencia, sino en la de la desapropiación, desprendimiento, vaciamiento y
entrega... Eso es lo que le faltaba. Algo así como si le dijera: "No es
poseyendo algo como vas a encontrar la vida que andas buscando, sino
precisamente al revés: es lo que te falta lo que abre en ti una brecha por la
que puedes encontrarla si te introduces en ella..."
Te puedo asegurar (palabra de abuela), que ese convencimiento es el que me
permite ir tan contenta por la vida. Eso sí, cojeando bastante.
Mª Dolores Aleixandre.
Mª Dolores Aleixandre.
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