EVANGELIO
COMENTARIO
El texto, en el contexto en que fue
escrito, es totalmente lógico en relación con el evangelio de ayer. Se trata de
una invitación a los fatigados y agobiados. Éstos son las víctimas indefensas
de las instituciones religiosas judías (el pueblo sometido a la ley de Moisés),
que extenuadas y abandonadas, tenían que soportar y cumplir con todo rigor el
peso de la ley. A estos excluidos Jesús les invita: “Venid a mí... Cargad con
mi yugo... Aprended de mí... Encontraréis descanso”.
Llevar el yugo era símbolo de la
esclavitud. Dios amenaza al pueblo de Israel, sino escucha su voz y obedece a
sus preceptos, con ponerle un yugo de hierro. El profeta Jeremías, por encargo
de Dios, hubo de ponerse un yugo en la nuca como símbolo de que todos los
pueblos iban a ser sometidos por el rey de Babilonia... Romper el yugo
significa poner fin a la esclavitud: «Yo soy el señor vuestro Dios, que os sacó
de Egipto, de la esclavitud. Rompí el yugo que os oprimía y os ayudé a
caminar erguidos»
Un yugo ligero que liberaba de opresiones.
Jesús sitúa su comparación en línea del Dios de la misericordia.
“Soy manso y
humilde de corazón” y “mi yugo es suave y mi carga ligera”. Estas palabras de
Jesús son una invitación a romper con todas las ataduras que generaba la ley
Mosaica y sus maestros (escribas y fariseos) y aceptar sus propias enseñanzas,
que liberaban de las antiguas cargas e invitaban a vivir con alegría una nueva
propuesta de vida.
Como
siempre, el problema del evangelio es el “riesgo de la interpretación”, para no
recluir en un falso espiritualismo, romo y carente de capacidad transformadora
de la persona, de la sociedad y de la propia Iglesia. Me vino anoche a la cabeza hacer una “interpretación
económica” que tuviera en cuanta las “duras cargas pesadas” que observamos estos
días en las noticias de la televisión por el “caso Grecia”. Pero no me atrevo…
no controlo el tema.
De
todas formas, entre los nuestros, también hay bárbaros
que siguen haciendo de la “propuesta cristiana” una “dura carga pesada”
haciéndola comparable con el agobiante modelo de ley judía. Francamente, por
muchas vueltos que le he dado, yo no puedo entender cómo la Iglesia a la que
pertenezco, cual nueva farisea cuando piensa y siente así, todavía mantiene la
imposibilidad de comulgar a aquellos que, teniendo la certeza de que ya no les vincula
el amor por el que un día apostaron en su primer matrimonio, han intentado rehacer otro nuevo proyecto
de vida presidido por ese noble y sagrado sentimiento del amor.
El
des-amor no se elige, se padece, e incluso en algún caso es “liberador” dada la
carga de sufrimiento que ha llevado ese proceso: ¿es humano “penalizar” esas
situaciones con la imposibilidad de acercarse a la mesa de la Eucaristía de la
que el propio Papa Francisco ha dicho que “no es premio para los perfectos”
sino aliento para los débiles?
Indudablemente
en este tema, como en tantos otros, puede haber ligereza y frivolidad, pero,
precisamente por eso, ¿cabe una invariable norma penalizadora para todos los
casos?, ¿no habría más bien que “confiar” en la decisión moral de la persona? Y
puestos a equivocarnos, ¿no deberíamos tender a liberar de la fatiga y el
cansancio?
Igual
que el “paracaídas” es una “carga que aligera” cuando la realidad se presenta
dura e inmisericorde, ¿no podría considerarse la Eucaristía precisamente como
eso, como una paracaídas que ayuda hacer llevadera la herida que siempre deja
el des-amor?
Cuando
oigo hablar de estos temas con tono de “suficiencia” y arrogancia acabo pensando que los
nuevos fariseos de hoy, utilizan la Eucaristía y la Comunión como estilete que hurga, más que como bálsamo
que calma.
PD: Puedes acceder al comentario del año pasado sobre el mismo texto pulsando en los puntitos •••
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