EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago. Levantaos, vámonos de aquí.»
- «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago. Levantaos, vámonos de aquí.»
Juan 14, 27-31
COMENTARIO
La serie “El Príncipe”, que me cautiva (a ver si tengo
tiempo y escribo la razón), está acostumbrando a nuestros oídos al saludo árabe:
“As-salam
alaykom”, es decir, que “la paz esté contigo”. Poco más o menos que el comienzo
del evangelio de hoy. Cuando pronunciar palabras deja de ser “hablar por
hablar” y se convierte en un instante revelador de deseos, la condición humana
gana en sensibilidad y el mundo en simpatía.
El
saludo, para los antiguos pueblos orientales, era como un pacto de formula
breve. Al encontrarse dos personas judías se decían “Shalom”, que significaba
paz; una paz integral que engloba multitud de deseos positivos.
Cuando a una persona se le negaba el saludo, estaba en peligro. Por ejemplo, los hermanos
del patriarca José terminaron vendiéndole a unos mercaderes de esclavos por
veinte monedas de plata….. Eso fue tan sólo el desenlace. Primeramente le habían
negado el saludo (shalom) y ya no
hablaban con el.
En
el evangelio de hoy leemos como Jesús saluda a sus discípulos. Pero más que un saludo
es un deseo, un proyecto de vida, un anhelo de serenidad. Jesús, ciertamente,
tenía conciencia de que en algún momento él no estaría, y que por lo tanto, la
comunidad tendría que “vérselas” con el mundo desde su ausencia.
De
aquí en adelante observaremos cómo hay una tensión que vertebra todo el
evangelio de Juan: la tensión entre presencia-ausencia. “Estoy-no estaré; me veis-no me veréis; me voy-volveré”. Si pretendemos
entender esta “manera de hablar” al pie de la letra nos volvemos locos.
Es
mucho más fácil dar un pequeño salto con pértiga de veinte siglos y descubrir cómo
esa experiencia, esa tensión de presencia-ausencia es la que nosotros tenemos,
o podemos llegar a tener.
Nos
“gusta(ría)” creer pero nos “cuesta” creer; sentimos que “algo(uien)” tiene que
haber, pero nos invade el vacío y el vértigo por su ausencia….
Si
algo caracteriza a nuestra experiencia religiosa es la tensión. Creo que Jesús
era consciente del sentimiento de “orfandad espiritual” con el que iba a dejar
a aquella primitiva comunidad. Otra cosa es cómo lo viviera él. A ese “estrato”
nosotros no podemos llegar porque no estamos “dentro” de la personalidad de
Jesús.
Lo
que si que está claro es que Jesús deseaba para esta vivencia tensional de la
fe, paz, serenidad, ausencia de enfrentamiento, concordia… Y también convicción
y firmeza (“que no tiemble vuestro corazón
y se acobarde”). Y él fue el primer
creyente de esas manera de vivir: en el prendimiento calma, en la cruz
reza, y tras las apariciones serena.
“Shalom”:
vivir en paz, poner paz, hacer la paz.
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