jueves, 5 de marzo de 2015

EL EVANGELIO DE HOY, 5 DE MARZO



EVANGELIO
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".

Lucas   16, 19-31
COMENTARIO


Las circunstancias de esta semana han hecho que no hayamos podido comentar el rico itinerario evangélico del domingo hasta hoy. Pero es tan radical como pedagógico, en esa especial tensión a las que no tiene acostumbrado incluso la liturgia.

Partiendo del episodio de la transfiguración del domingo, cada día de la semana ha sido una “anti-transfiguración” . Es como si la palabra nos advirtiera de los “cerrojazos” que pegamos a la presencia de Dios en nuestra vida si nos empeñamos en insistir en actitudes destructoras de tal sentimiento. De este modo, la incoherencia de vida cuando nuestras palabras van por una parte y nuestros hechos por otro (lunes y martes) y la ruptura de lo comunitario (miércoles) parecen ser claros ejemplos de estas anti-figuraciones.

Hoy damos un paso más con esta parábola tan musical y colorista como hiriente y amenazante. Parece que habla de la otra vida, pero no… al final caemos en la cuenta de que está hablando de ésta vida. Originariamente hablaría del “cambio de suerte” en el más allá, pero en el fondo el evangelista advierte que “esta vida”, la del más acá, la que vivimos cada día, es decisiva para transfigurar la experiencia de Dios o desfigurar su rostro.

La expresión “ni aunque resucite un muerto tampoco se convencerán”, a mi juicio hace referencia a lo “duro” que puede volverse el corazón del ser humano si ha decidido hacer del “egoísmo” el modelo de vida. La visión “egoísta” de la vida, la visión “eurocéntrica” de la vida, la actitud de “sálvese quien pueda”,  tiene tal fuerza destructiva, que ejerce sobre el ser humano una tiranía incapaz de hacerle pensar.

Es curioso ver cómo estos escritores de hace dos mil años eran capaces de detectar estas conductas alienadas del ser humano. Hoy, somos capaces de crear itinerarios de “desintoxicación” de tanto producto tóxico que quita la voluntad al ser humano; pero aún  no hemos descubierto, en su dureza, la peligrosidad de una sistema social que marca una diferencia tan grande entre las dignidad e indignidad entre los seres humanos

Jugueteamos con ciertas “dosis” de injusticia y mentira social a costa de espacios de bienestar personal que consideramos no muy nocivos, hasta el punto de que esta manera de vivir nos “engancha” de tal modo que ya, en ocasiones, nuestros ojos se vuelven insensibles para descubrir la indignidad de tantas personas que nos rodean.

En cualquier caso, lo más preocupante del texto es lo que no dice. A mi, al menos, me queda la sensación de que  no hay nada que hacer. Cuando entramos en esta “espiral” de insolidaridad uno pierde el juicio de tal manera que no hay conversión posible.


¿Será esto tan... así? ¿O quizás sea la falta de reflexión de estos días que me ha obcecado un poquito el entendimiento?

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