martes, 24 de marzo de 2015

"Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy..."


Esta expresión era una expresión clásica que hacía referencia a la estancia del pueblo de Dios en el desierto. (Números 21,4-9)

Resultó que hallándose los israelitas en una región del desierto llamada Punon, se vieron atacados por una plaga de «serpientes abrasadoras», denominadas así por la alta fiebre que provocaba su mordedura.

Moisés curó al pueblo herido por estas serpientes, construyendo una gran serpiente de bronce y levantándola sobre un madero. Todos los que miraban la serpiente, quedaban curados.

Entre los pueblos orientales, la serpiente era signo de vida y tenía propiedades curativas. En el lugar geográfico donde se sitúa este relato, se han hallado restos arqueológicos que atestiguan la existencia de hornos de fundición de cobre. Existen estudios sobre creencias mágicas y los poderes curativos del bronce.

Los primeros cristianos comparaban a Jesús de Nazareth, levantado en la cruz, con la serpiente de bronce levantada en el desierto ante el pueblo. Jesús, al ser levantado en la cruz, ha traído la curación y salvación.

Para judíos y griegos era un escándalo el mensaje de los cristianos. Para la mentalidad griega y judía no era posible comprender cómo la salvación podía venir de un ajusticiado en la cruz. La gente común esperaba que la revelación divina estuviera precedida de cambios en los astros y esperaban que un poderoso profeta les comunicara la voluntad divina. Sin embargo, esto no ocurrió así, y no ocurrirá porque Dios habla a los seres humanos en la historia, no fuera de ella. Dios habla a los cristianos desde la persona sencilla de Jesús de Nazareth.

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