¿EL DIABLO Y EL DEMONIO SON LO MISMO? ACLARACIONES
PARA UNA CORRECTA COMPRENSIÓN
A. Álvarez
La gente habla del "demonio" y del "diablo"
indistintamente. Y no hace ninguna diferencia entre "posesión demoníaca"
y "posesión diabólica". Se expresa como si "diablo" y
"demonio" fuesen sinónimos. Y se imagina que ambas palabras designan
la misma realidad: un ser personal, al que se le atribuyen poderes sobre las
personas, capacidad para tentarlas, facultad para causarles enfermedades o
incluso poseerlas.
Pero en los Evangelios no es así. Los evangelistas emplean estos términos
con sumo cuidado y jamás como sinónimos. Siempre distinguen entre el mundo de
los demonios y el Diablo1.
Qué es un demonio
Para los Evangelios, la "posesión" es siempre
"demoníaca". La persona está "endemoniada". Jamás se
atribuye la posesión al Diablo. No existe un solo caso en todo el NT en el que
se hable de "posesión diabólica".
La palabra "demonio" es de origen griego. Daimónion no es ni
masculino ni femenino, sino neutro. No se trata, pues, de una persona, sino de
una cosa. Además es un adjetivo sustantivado. Indica, por tanto, la
personificación de una entidad abstracta. La mentalidad popular había creado
este vocablo para designar poderes impersonales, potencias espirituales o
fuerzas maléficas, capaces de entrar en las personas y provocarles
enfermedades.
Lo que no se le atribuía al demonio
No todas las enfermedades se les atribuían a los demonios. Si la causa era
"externa" y, por consiguiente, patente -una herida, una deformidad,
el deterioro visible de un órgano o un miembro- la enfermedad no venía referida
al demonio o a los malos espíritus. Así, por ej., en los Evangelios nunca a un
leproso o a un ciego se le considera "endemoniado". Tampoco a los
paralíticos, discapacitados físicos o contrahechos. Nunca se dice de ellos que
estén "poseídos". Si no podían caminar (Mc 2,1) o mover la mano (Mt
12,9) o tenían una deformidad (Lc 14, l), la causa estaba a la vista de todos.
Y lo mismo cuando se trataba de hemorragias (Mc, 5,25) o de fiebre que obligaba
a guardar cama (Mc 1,29).
Por los Evangelios se ve, pues, que la medicina de la época de Jesús
distinguía claramente entre enfermedades "externas", cuya causa
natural era percibida por los sentidos, e "internas", cuya causa la
medicina desconocía.
¿Cuándo aparece el demonio?
Pero de repente se presentaba un hombre mudo. Podía comprobarse que su boca
y su lengua estaban en perfectas condiciones. Y, sin embargo, no podía hablar.
¿Cómo era posible semejante anomalía? Sólo cabía una explicación: tenía un
demonio (Mt 9,32). 0 aparecía un sordomudo. Externamente su aparato auditivo
era como el de todo el mundo. Pero no oía ni hablaba (Mt 7,32). Explicación de
la época: tiene un demonio (Mc 9,17-18).
Y lo mismo ocurría con el epiléptico. De repente se tiraba al suelo, echaba
espumarajos, rechinaba los dientes y finalmente se quedaba tieso. Pero, como no
podía señalarse ninguna causa externa que explicase el fenómeno se decía: tenía
un demonio (Mt 17, 1420). Algo similar pasaba en los casos de locura.
Externamente, el enfermo mental parecía en todo normal. Y sin embargo, su
conducta era extraña y desconcertante. Para justificarla había que recurrir a
fuerzas extrañas y desconocidas: los demonios.
Explicación "demoníaca" y medicina
Vemos, pues, que las limitaciones en los conocimientos médicos de entonces
están en la raíz de la atribución a los demonios de enfermedades cuyas causas
no eran directamente perceptibles por los sentidos. En el lenguaje corriente se
supone que una persona está "poseída" cuando un ser personal se
introduce en ella, la "posee" y le fuerza a hacer cosas contra su
voluntad. Esto no lo encontramos en los Evangelios. En ellos siempre se trata
de enfermedades para las que la medicina de la época no tenía respuesta.
La prueba de que los "endemoniados" de los Evangelios eran
enfermos y no verdaderos "poseídos" nos la proporcionan los mismos
Evangelios, que precisan el tipo de enfermedad que padecía el supuesto
"poseído". Así, se dice que a Jesús le presentaron "un
endemoniado mudo" (Mt 9,32), o sea, un mudo. 0 que Jesús expulsó "un
espíritu sordo y mudo" (Mc 7,32), es decir, curó un sordomudo. 0 que,
luego de curar al endemoniado de Gerasa, éste quedó "en su sano
juicio" (Mc 5,16), con lo que se indica que antes estaba loco. Y en el
caso del joven endemoniado acompañado por su padre (Mc 9,14-29), no sólo Mateo
aclara que se trata de un "lunático", término médico técnico por el
que se designaba entonces al epiléptico, sino que todos los síntomas que
detalla Marcos (le tira al suelo, echa espumarajos...) corresponden exactamente
a la epilepsia.
¿Juan y Jesús "endemoniados"?
En el lenguaje de la época, recibían el nombre de "endemoniados"
los que actuaban extrañamente: hablaban u obraban de forma incomprensible. Los
Evangelios se hacen eco de esa forma de hablar.
Así, del Bautista, "que no comía ni bebía", dijeron que
"tenía un demonio dentro" (Mt 11,18). ¿Estaba "endemoniado"
Juan en el sentido que hoy entendemos? Claro que no. Simplemente querían decir:
"está loco". Y cuando Jesús afirma que quien haga caso de
su mensaje no sabrá lo que es morir, los judíos replicaron: "Ahora
estamos seguros de que tienes un demonio" (Jn 8,52), o sea, de que estás
loco. Y en el templo de Jerusalén, en un tenso debate, preguntó Jesús:
"Por qué quieren matarme?". Y le contestaron: "Tienes un
demonio", o sea, "estás loco"; "¿quién quiere
matarte?" (Jn 7,20).
Que en tiempo de Jesús estar "endemoniado" era sinónimo de estar
"loco", lo muestra claramente el texto de Jn 10,20, en el que, tras
hablar Jesús del auténtico pastor que es él, muchos decían: "Está
endemoniado y (por tanto) loco". La misma frase pone ambos términos como
sinónimos, explicando el uno por el otro.
La distinción entre estos dos tipos de enfermedades -externas e internas-,
unas atribuidas a causas naturales y otras a demonios, determina el hecho de
que, cuando Jesús sana de las primeras, el Evangelio hable de
"curaciones" y cuando sana de las segundas, hable de "expulsión de
demonios".
¿Quién es el Diablo?
La palabra "Diablo" se usa para una realidad totalmente distinta.
En el NT siempre aparece como sustantivo o nombre propio y, generalmente, con
artículo determinado ("el" Diablo). Se trata de una palabra de origen
griego (diábolos), que traduce el vocablo hebreo Satanás, que significa
"el adversario", "el enemigo". Ambas palabras tienen, pues,
el mismo significado.
El plural "diablos", que a veces usamos, es un error. Para la
Biblia, sólo existe "un" Diablo, como no existe sino un solo
"Satanás". En ninguna parte de la Biblia, y menos de los Evangelios,
se dice de nadie que estuviese "poseído" por el Diablo o por Satanás.
A él nunca se le atribuyen directamente ni las enfermedades ni las posesiones.
El ámbito de su influencia no es físico, sino moral y psicológico. Queda
relacionado exclusivamente con el pecado. Actúa siempre desde fuera, nunca
desde dentro, como se suponía lo hacían los demonios.
Por esto vemos al Diablo tentando a Jesús en el desierto (Mt 4,1-11),
inspirando la traición a Judas (Jn 13,2), sembrando cizaña (Mt 13,25),
arrancando el mensaje del corazón (Lc 8,12), acechando a los cristianos (Ef
6,11), cortando el paso a Pablo (1 Ts 2,18) y persiguiendo a los cristianos (Ap.
2,10). Siempre aparece, pues, relacionado directamente con el pecado. Y por
esto se afirma que "quien comete pecado es del Diablo" (1 Jn 3,8),
que es "padre de la mentira" (Jn 8,44). Pero nunca se le presenta
provocando directamente la enfermedad ni "poseyendo" a nadie.
Confusión peligrosa
Podemos, pues, afirmar que en la Biblia, el Diablo o Satanás, al aparecer
siempre en singular, en masculino y con artículo determinado, se refiere a un
ser personal e individual, un poder del mal único en su especie. En cambio
"demonio", al ir sin artículo y ser de género neutro, no se refiere a
algo personal. Las dos palabras no son sinónimas y no deben considerarse como
equivalentes. Durante siglos la expresión bíblica "endemoniado" se ha
tomado lamentablemente como equivalente de "poseído por el Diablo",
cosa que los Evangelios jamás han afirmado.
La Biblia atribuye al Diablo sólo tentaciones -actos hostiles desde fuera-,
pero no enfermedades o posesiones, que dañan a la persona desde dentro. Las
enfermedades "internas", cuya causa no era perceptible por los
sentidos, incluidos los desequilibrios psicológicos, se explicaban siempre como
"posesión demoníaca".
Así se evitan algunos malos entendidos. De María Magdalena, por ej., se
dice que de ella Jesús "había echado siete demonios" (Lc 8,2), pero
no siete diablos. Se trataba, pues, de una persona muy enferma y no de una gran
pecadora, como se suele suponer
¿Por qué Jesús no lo aclaró?
Si los "poseídos", a los que Jesús curaba, eran simples enfermos
¿por qué Jesús no sacó del error a la gente? ¿por qué no advertía que los
llamados "endemoniados" no tenían ningún ser adentro, sino que
padecían enfermedades cuyas causas se desconocían? ¿por qué se prestó a la
pantomima de increpar a los espíritus y expulsarlos?
La misión de Jesús fue predicar el Evangelio, no enseñar medicina. En este
sentido permaneció dentro de los límites de la concepción judía de su tiempo.
Los presuntamente "poseídos" eran en realidad enfermos. Pero, dado
que la gente explicaba aquellos trastornos y su curación mediante el lenguaje
de "posesión" y "exorcismo", Jesús no tenía por qué hablar
de una forma distinta. Y por esto cuando le traían algún enfermo, simplemente
se preocupaba de él, pues su único objetivo era mostrar el poder y la bondad de
Dios, su Padre, y no dar clases de psiquiatría.
Hoy sabemos que aquellos "endemoniados" en realidad eran enfermos
con patologías internas, entonces desconocidas. Pero esto no disminuye el poder
salvífico de Jesús, que queda patente de la misma manera.
¿Existen los demonios?
De acuerdo con nuestros actuales conocimientos bíblicos y científicos, no
es posible seguir hablando de "posesión demoníaca". Este era el
lenguaje del tiempo de Jesús. Hoy la medicina conoce las causas naturales de la
sordomudez, de la epilepsia y de las distintas patologías psiquiátricas. No hay
por qué recurrir a los demonios para explicarlas. En todo caso, no existe base
bíblica para afirmar la posibilidad de las "posesiones".
Cierto que pueden existir dolencias extrañas y fenómenos paranormales. Pero
no hace falta apelar al viejo recurso de los demonios del tiempo de Jesús.
Basta saber que, con el tiempo, saldrá a luz su explicación, como hace ya la
parapsicología con algunos fenómenos, como la levitación o la xenoglosia.
Actitud de la Iglesia
Hoy la Iglesia continúa hablando del Diablo, pero no del demonio en el
sentido explicado. Sigue preocupada por las tentaciones. Pero ha ido
abandonando el lenguaje de las posesiones.
En todos los documentos del Vaticano II sólo tres veces se menciona al
demonio y siempre en pasajes bíblicos. El documento de Puebla no lo nombra ni
una sola vez. El nuevo Código de Derecho canónico, antes más extenso, reduce el
tema del exorcismo a un solo canon. Y el Nuevo Catecismo le dedica dos números.
Lo mismo ha ocurrido con la oración oficial de la Iglesia. En el antiguo
ritual del bautismo se recitaban hasta siete exorcismos, por considerarse el
bautismo como una batalla contra el demonio, que habitaba en el recién nacido.
En 1969 se elaboró un nuevo ritual sin dichas oraciones. Tres años más tarde
Pablo VI suprimió el orden de los exorcistas. Y en 1984 Juan Pablo publicó el
nuevo Ritual Romano en el que se elimina definitivamente el rito del exorcismo.
En el siglo III la Iglesia preguntó a los científicos de la época por qué
ciertas personas tenían comportamientos espantosamente extraños. Contestaron:
"están poseídos". Y creó el rito del exorcismo. Hoy ante la misma
pregunta la ciencia responde: "tienen patologías raras, cuyas causas ya se
conocen, al menos en parte". Y ha suprimido el exorcismo.
Nadie puede introducirse por la fuerza en el interior del hombre. Sólo
existe el Diablo, o sea, el mal, cuya acción se reduce, a lo sumo, a la
tentación, a insinuaciones desviadas. Jamás lo logrará por la fuerza. Basta con
que uno se mantenga firme para vencer el mal. Es más: aunque no siempre lo
parezca, ya ha sido definitivamente vencido gracias a la presencia de Jesús en
este mundo. Él lo dijo: "Ya veía yo que caería Satanás de lo alto como un
rayo" (Lc 10,18).
Notas:
1Este artículo
aclara algunos aspectos de artículo de R. Schwager. ¿Quién o qué es el diablo?
(ST n.o 130-140), sobre todo el uso bíblico de "demonio" y el sentido
de la "posesión demoníaca". Respecto a la relación entre el
"Diablo-Satán" y el mal, el artículo de Schwager aporta datos de
interés y ofrece una interpretación posible de la presencia real del mal en el
mundo. Ambos artículos se complementan. (Nota de la R.)
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