El tiempo que nos toca vivir, el tiempo histórico,
condiciona fuertemente nuestro tiempo cotidiano o cronológico y nuestro tiempo
biográfico
En bastantes de mis
trabajos me he referido al fundamental estudio del sociólogo alemán Hartmut
Rosa "Accélération: une critique sociale du temps". Paris 2010
en el que distingue, en la vida de las personas, tres dimensiones del tiempo,
que él denomina, profanas: el tiempo de la vida cotidiana, el tiempo de la
biografía personal y el tiempo histórico o sociológico. H. Rosa añade, después,
el tiempo sacral, no necesariamente religioso.
El tiempo de la vida
cotidiana, es el de las rutinas y los ritmos recurrentes en los tiempos de
trabajo, de desplazamiento, ocio, descanso, tanto a nivel diario, semanal, o
anual. Cómo organizar mi vida de manera que puede cumplir con mis
obligaciones laborales, llevar a mi hijo al centro escolar, no descuidar mi
descanso diario, semanal etc., y atender mi cultivo familiar, cultural,
religioso en su caso, la tan traída y llevada conciliación laboral y familiar,
sin olvidar mis aficiones, etc., etc.
El tiempo de la biografía
personal se sitúa en el tiempo de una vida, de toda la vida de una persona. ¿Qué voy a hacer de mi vida, donde vivirla, qué
profesión escoger?. ¿Casarme?, ¿Cuándo?. Tendré hijos?. ¿Cuántos?, ¿Cuándo?.
¿Esperaré a tener un trabajo fijo?. ¿A qué edad me jubilaré?. ¡Con qué
recursos?., etc., etc.
El tercero es el tiempo
histórico que le ha tocado vivir a cada cual. Todos nacemos en un lugar y momento histórico. Esto quiere decir que las
personas vivimos acorde al tiempo, a la época que nos ha tocado vivir. Mil
veces hablando y escribiendo sobre los jóvenes he recordado la importancia de
la contextualización para comprenderlos desde dentro, haciéndome eco de la idea
del sociólogo húngaro, Mannheim, que viene a decir que "solamente las
personas que han vivido experiencias similares pueden generar situaciones
generacionales".
Las tres dimensiones del
tiempo profano interaccionan en cada de las personas. De hecho, el tiempo
que nos toca vivir, el tiempo histórico, condiciona fuertemente nuestro tiempo
cotidiano o cronológico (diario, semanal, anual, etc.) y nuestro tiempo
biográfico (donde viviré, cuando me casaré, cuantos hijos tendré etc., etc.).
El tiempo histórico que nos toca vivir, lo repito, condiciona, si no determina
nuestra vida cotidiana y nuestra biografía vital
Para solventar esta
situación H. Rosa recurre a lo que entiende como tiempo sacral que presenta
así: "...la asociación del pasado, del presente y del porvenir en la
biografía de individuo se realiza siempre teniendo como fondo un "cuadro
histórico" de una comunidad cultural o un relato de "historia
universal". He aquí algunos ejemplos del tiempo sacral que da el autor:
Desde una vertiente laica, la lucha por el cambio climático, la defensa de los
derechos humanos, la erradicación de la pobreza, la implantación de una
justicia universal....Desde la vertiente histórica el comunismo en la URSS en China,
en Cuba, la Revolución Francesa...Desde la vertiente religiosa, el judaísmo,
cristianismo, el islamismo, etc.
La historia del
cristianismo en general y, más en concreto, de la Iglesia Católica, tiene
veinte siglos. Si hablamos de tradición
judeo-cristiano nos remontamos aún a varios siglos más. Es exactamente esta
realidad la que hace que un cristiano de hoy se sienta partícipe de una
historia, de un legado y de una tradición que va más allá de su historia
personal, de la de su familia hasta donde la memoria y la genealogía se lo
permitan y, por supuesto, más allá del tiempo de la historia que le toca vivir,
de la historia de sus coetáneos. Cuando un cristiano se acerca a un libro de
historia, visita un templo, contempla unos códices de los primeros siglos de la
era cristiana, o reza un salmo, se siente formando parte de una familia que va
más allá, mucho más allá, que su familia de sangre. Es su familia espiritual.
Cuando visitando, no hace
muchos años, el Monasterio de Santa Catalina al pie del Sinaí, estaba
contemplando un fragmento, creo recordar que del Código Sinaítico del siglo 4º,
una señora francesa de mi grupo que estaba contemplando lo mismo que yo, me
dijo algo como esto: "es emocionante estar frente a un texto que fue
utilizado hace tantos siglos, por personas, como Usted y yo, que participamos
de la misma fe en Jesucristo". Esta dimensión sacral del tiempo es
central en el cristiano que lo sitúa más allá de su peripecia personal, de
la de su familia y su entorno inmediato, incluso de la inmediatez de los
valores y actitudes dominantes en el momento, en la era, en la que le toca
vivir. La dimensión sacral del tiempo le permite inscribirse en un devenir que
le sobrepasa, en una historia que le antecede y que proseguirá más allá de de
su vida personal.
Es lo que supone la
catolicidad en su dimensión temporal.
Tiene un arranque en la figura de Jesús de Nazaret (quien a su vez se inscribe
en otra tradición antigua de, al menos, diez siglos) y seguirá, no sabemos
cuantos siglos más. Creo que la expresión teológica de "pueblo de
Dios" refleja bien lo que sociológicamente quiere significar vivir en la
catolicidad, formar parte de la Iglesia católica, ser católico, más allá de
diferentes lecturas que, en nuestra condición adulta, entendamos, en este y aquel
aspecto, cómo se concreta esta catolicidad.
Nos une, en la actualidad,
básica y radicalmente (yendo a la raíz) la condición de seguidores de Jesús, el Cristo, setenta u ochenta generaciones después
de su vida entre nosotros. De estas generaciones que nos han precedido y en
cuyo linaje nos situamos en nuestra historia personal, hemos aprendido cómo han
sorteado las mil y una situaciones con las que se han enfrentado a lo largo de
veinte siglos. Con mayor o menor fortuna, con aciertos y errores, con actuaciones
que nos enorgullecen y otras que nos avergüenzan.
El tiempo de Navidad, nos
recuerda este tiempo sacral que tiene, para los cristianos, un punto nodal,
Jesús de Nazaret, el Cristo, el Dios
encarnado para sus primeros seguidores tras la "experiencia" de la
resurrección, que hundiendo sus raíces en la historia del pueblo judío, la
extiende a toda la humanidad que le siga, más allá de raza, pueblo, sexo o
condición. Divinizándola de alguna manera. Pero la sacralidad que instaura
Jesús el Cristo no anula su vida cotidiana, su biografía, ni el tiempo que le
tocó vivir.
Jesús era un hombre judío
del siglo 1º. Lo mismo podemos decir de la sacralidad de la actual generación
de cristianos: que no anula nuestra vida cotidiana, ni nuestra biografía
personal, tampoco el tiempo que nos toca vivir, pero nos permite otra
concepción del tiempo, anclado en una persona concreta que nos proyecta,
gracias a su encarnación, en una divinidad donde la trascendencia se funde con
la historia. El cristianismo no es una religión de un libro, sino la de una
persona,- Jesús de Nazaret, Dios encarnado y resucitado, ¡misterio de la
fe!- y la de las generaciones que se dicen sus seguidores.
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