lunes, 1 de diciembre de 2014

MILITARES, EMPERADORES Y DIOSES


Este relato es de los más elocuentes que hay en los evangelios, para hacerse una idea de lo que representaba la fe para Jesús. Viene a él un centurión romano. Era, pues, un cargo militar importante (responsable de cien legionarios de las fuerzas de ocupación que había en Palestina, dominada por Roma en aquel tiempo), que, como todos los militares de entonces, tenía que hacer un juramento de fidelidad al Emperador al que, en aquellos años, se veneraba como un "dios". Tal como nosotros entendemos la fe y la religión, aquel militar tenía una fe desviada. Diríamos que tenía una fe falsa, pagana, incluso herética. Pues bien, lo que impresiona en este relato es el juicio que Jesús hace de la fe de este militar. ¿Por qué?

 
Aquel militar "de estrellas", o sea un hombre que tenía un cargo importante, tenía además "un siervo" que estaba enfermo, que sufría mucho y (según parece) estaba en peligro de muerte. Sin duda alguna, aquel centurión era un hombre bueno. Profundamente bueno. Porque no podía soportar ver a un siervo de su mansión sufriendo tanto y amenazado de muerte. Y eso era para él lo más importante en la vida. Es decir, lo más importante no era la religión de la fidelidad al emperador, sino la fuerza de la bondad ante el sufrimiento de un siervo. Y esto es lo que llevó a aquel hombre importante a buscar a Jesús, a suplicarle a Jesús, a fiarse de Jesús y poner en Jesús su esperanza. En esto está la clave de explicación de este relato genial.

 
Porque esta actitud de bondad del centurión produjo en Jesús una profunda admiración. Jesús se "quedó admirado". Nunca había visto tanta humanidad y tanta bondad en las personas más religiosas de su propio pueblo. Y es que, a juicio de Jesús, lo decisivo no es la religión a la que uno pertenece, sino la sensibilidad ante el sufrimiento, el empeño por remediarlo, y la confianza en Jesús que puede darle solución. Jesús nunca antepuso las ideas a las personas. Ni siquiera las ideas religiosas fueron lo primero para él. Lo primero, para Jesús, fue siempre el comportamiento ético, la bondad de las personas, la sensibilidad que los humanos tenemos ante el dolor ajeno. Esto era la fe, para Jesús: "Nunca he encontrado en nadie tanta fe". Esto es lo decisivo para el Evangelio. Y en esto estuvo la "revolución religiosa" que puso en marcha Jesús.

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