El evangelio de hoy
presenta a un Jesús entusiasmado, contento y agradecido a Dios Padre... Algunos
autores denominan a este texto: el “Magníficat de Jesús”. ¿Por qué está Jesús
contento y lleno de alegría?
Jesús ha enviado a setenta
y dos discípulos a anunciar el Reino de Dios, a curar a los enfermos, a
devolver la alegría a los tristes, a llenar a los pobres de esperanza... Los
setenta y dos discípulos, que en su mayoría son sencillos pescadores del Mar de
Galilea, regresan contentos y entusiasmados de lo bien que les ha ido... Es
entonces cuando Jesús se anima al ver que sus discípulos son capaces de
anunciar el Reino a la gente pobre y sencilla. Esta gente sencilla llevaba una
vida de sufrimientos económicos y morales. Por eso anhelaban la llegada de un
Mesías que les ofreciera un nuevo estilo de vida.
La sociedad judía,
-dominada por la clase sacerdotal y por los fariseos-, quitaba todo
protagonismo a los pobres (Am ha’ares:
gente humilde del campo que desconocía la ley de Dios), los anulaba para
convertirlos en vasallos pasivos. La opresión que causaban los impuestos
romanos sobre el pueblo campesino, (cobrados por una legión de recaudadores al
servicio del Sumo Sacerdote de Jerusalén, o al servicio del reyezuelo Herodes
Antipas en la región de Galilea), se veía agravada por la opresión moral que
generaban los fariseos y escribas sobre la conciencia de estos pobres.
La vida de los
humildes campesinos tropezaba con la opresión económica (tributaban más del 60%
de sus cosechas a los romanos) y con el cumplimiento de los más de 600
mandamientos religiosos que habían establecido los fariseos. Jesús constata que
su mensaje genera entusiasmo en los pobres, y que es una liberación para ellos.
A medida
transcurren los años de nuestra vida, solemos tener un déficit de alegría y
optimismo. Para muchas personas, alcanzar la edad adulta supone perder las
expectativas positivas y sumergirse en un desánimo constante y continuado. Hay
quienes intentan justificar su amargura personal queriendo ver maldad,
intereses creados, hipocresía y apatía... a su alrededor. Para ellos y ellas no
hay posibilidad de cambio ni de mejora. Y cuando atisban que algo puede cambiar
a mejor, centran todo su interés en cercenar las expectativas positivas que
comienzan a crecer.
Desánimo o frustración no son actitudes cristianas.
Es necesario que tengamos la mirada profunda de Jesús para descubrir cómo el
Reino de Dios se abre paso. El Adviento es tiempo para alimentar nuestra
esperanza, alegría y deseo de seguir comprometidos con la causa de Jesús.

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