viernes, 19 de septiembre de 2014

LA CUESTION DE LOS SIETE DEMONIOS




Como vemos, siempre que aparece María Magdalena en los evangelios es en situaciones dignas de elogio. Sin embargo a esta mujer, discípula principal del Señor, seguidora fiel, testigo eminente de su resurrección, primera apóstol, la tradición terminó convirtiéndola en una prostituta penitente. ¿Por qué? ¿Qué fue lo que pasó? 


Todo empezó con el misterioso dato que nos da Lucas sobre ella la primera vez que la menciona: “de ella habían salido siete demonios” (Lc 8,2). Los lectores se preguntaban: ¿qué quiso decir Lucas con esto? Y se imaginaron: si tuvo “siete” demonios (número simbólico que indica la gravedad de la situación por la que había atravesado la mujer), es porque su pasado debió haber sido sumamente vergonzoso y degradante. 
Pero los lectores de la Biblia siguieron preguntándose: ¿en qué momento expulsó Jesús los siete demonios de la Magdalena? Porque hasta aquí el evangelio de Lucas sólo había contado la sanación de una sola mujer: la suegra de Pedro (Lc 4,38-39). ¿Cuándo había ocurrido esta otra curación? Y creyeron encontrar la respuesta en una segunda mujer, la pecadora pública que acude a Jesús buscando el perdón de sus pecados, y que Lucas presenta justo antes de la aparición de la Magdalena. 



Los pies lavados con lágrimas 
En efecto, narra Lucas que cierto día Jesús fue invitado a comer a la casa de un fariseo llamado Simón. Mientras estaban a la mesa, entró de pronto una mujer pecadora pública, y tirándose a los pies de Jesús comenzó a llorar; luego se desató la cabellera y con ella empezó a secarle los pies mojados por las lágrimas; después se puso a besarlos y a ungirlos con perfume. El dueño de casa reconoció inmediatamente a la mujer: era una pecadora famosa de la ciudad; y se asombró de que Jesús se dejara tocar por ella. 
Pero Jesús, sabiendo lo que pensaba Simón, defendió a la mujer; y aprovechó para criticar a Simón porque, como dueño de casa, debería haber observado ciertos ritos de bienvenida cuando llegó Jesús (como lavarle los pies, besarlo, ponerle perfume), y no había hecho nada de eso; había mostrado poco amor y gratitud hacia el Señor. En cambio la mujer, que estaba allí llorando y pidiendo perdón de sus pecados, se había mostrado humilde y agradecida hacia Jesús (Lc 7,36-50). 
Terminado este relato, Lucas nombra a continuación por primera vez Magdalena (8,1-3). Entonces pareció obvio pensar que aquella prostituta anónima que había llorado por sus pecados y había sido perdonada por Jesús, era justamente la de los siete demonios, a la que Lucas por delicadeza no quiso nombrar para no ponerla en evidencia ante los lectores. 


La segunda equivocación 
Convertida ya María Magdalena en prostituta, se produjo una nueva confusión. Porque San Marcos cuenta que Jesús, pocos días antes de su muerte, fue de nuevo invitado a cenar, esta vez en el pueblo de Betania, y allí otra mujer (una tercera) se le acercó con un frasco de perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza; los presentes se indignaron con ella por el derroche que había hecho, pero Jesús la defendió y aprobó su actitud (Mc 14,3-9). 
El hecho de que esta mujer (de Marcos) apareciera haciendo casi lo mismo que la pecadora (de Lucas), hizo pensar que se trataba de la misma persona: María Magdalena. Y así, la tres mujeres (María Magdalena con sus siete demonios, la pecadora anónima, y la mujer de Betania) pasaron a ser una sola. (Y como esta última, la mujer de Betania, en el evangelio de Juan se dice que es María, la hermana de Lázaro, ¡terminó también ella siendo una prostituta!) 


Abierta ya esta puerta, no hubo piedad con la pobre Magdalena. La tradición posterior la identificó después con la promiscua samaritana de los seis maridos (Jn 4), y hasta con la adúltera sorprendida en pleno escándalo impúdico (Jn 8). Es decir, cuanta aberración sexual anónima se hallaba en los evangelios, era atribuida a la mujer de Magdala. 
Muchos Santos Padres se opusieron a estas identificaciones, como San Agustín (s.IV), San Ambrosio (s.IV), San Efrén (s. IV).

Pero el papa Gregorio Magno, en una célebre homilía pronunciada en la basílica de San Clemente en Roma el viernes 14 de septiembre del año 591, fijó de una vez por todas tal identidad. Dijo ese día: “Pensamos que aquélla a la que Lucas denomina la pecadora, y que Juan llama María, designa a esa María de la que fueron expulsados siete demonios. ¿Y qué significan esos siete demonios, sino todos los vicios?”. 
Por lo tanto, a partir del siglo VII empezó a sostenerse unánimemente que las tres mujeres eran una sola. 



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