EVANGELIO
Jesús,
profundamente conmovido, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a
entregar”. Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de
quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la
mesa junto a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién
lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor,
¿quién es?” Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan
untado». Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del
pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que tienes que hacer
hazlo en seguida». Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como
Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo
necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el
pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando
salió, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es
glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en
sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con
vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a
vosotros: «Donde yo voy, vosotros no podéis ir»”.
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo
voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde». Pedro replicó: “Señor,
¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”. Jesús le contestó:
«¿Conque darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me
hayas negado tres veces».
COMENTARIO
El relato de
hoy hay que situarlo en el contexto de la Cena Pascual. El episodio que leemos
ocurre mientras los discípulos se hallan reclinados entorno a la mesa celebran-
do el banquete con el que los judíos conmemoraban la fiesta de Pascua, es
decir, la liberación y salida de Egipto.
Esta cena
litúrgica hunde sus raíces en las costumbres ancestrales de los «hapiru»,
antepasados seminómadas de los israelitas: Cuando cambiaban de oasis,
sacrificaban un cordero, y con su sangre untaban el mástil de la tienda,
deseando fecundidad para sus rebaños. Al llegar a un nuevo oasis comían pan sin
levadura... símbolo de lo nuevo, de lo que no ha fermentado.
Los
elementos de esta fiesta fueron recogidos por los israelitas en la cena ritual
que conmemoraba su libertad adquirida con la salida de Egipto. Ningún evangelio
habla del «cordero» pascual en la cena que Jesús realiza con sus apóstoles.
Este dato indica que probablemente las autoridades judías ya habían expulsado a
Jesús de la Sinagoga. Los expulsados de la Sinagoga no podían comer el cordero.
El dato es recogido para proponer a Jesús como «nuevo» cordero Pascual que es
inmolado pro su pueblo.
En el grupo
de los apóstoles aparecen tres actitudes: Abandono, traición y fidelidad.
En el
abandono se situarán Pedro y los otros discípulos. De camino a Jerusalén le
manifestaban completa adhesión. Durante la ultima cena le reiteran su lealtad.
Pero, desatada la persecución por parte de las autoridades del Templo, Pedro y
los otros discípulos, huyen. El miedo, la tristeza o el desconcierto los
llevará a negar a su propio maestro.
La traición
es de Judas. Este personaje ambicioso y oscuro, sólo aparece en muy pocas
ocasiones y entrega a Jesús a las autoridades. No sabemos con claridad qué motivaciones
lo llevaron a tomar esa decisión.
La fidelidad
identifica al “discípulo amado”. No sabemos con precisión quién era, pero, de
él se destaca la proximidad a Jesús, el gran afecto que los vinculaba mutuamente
y, sobre todo, la capacidad para comprender los propósitos de Jesús. Será el
único discípulo que seguirá al maestro en el camino al Calvario. Allí, con el
grupo de mujeres, será la única compañía de Jesús. Incluso, será el encargado
de cuidar de la Madre del Señor. Luego, lo veremos reunido con el grupo de
discípulos celebrando la resurrección de Jesús y proclamando el testimonio de
lo acontecido a las generaciones venideras.
TRADICIONES JUDÍAS: Untar pan y ofrecerlo
En el marco de la cena Pascual, Jesús pudo untar el pan o bien en una salsa
amarga llamada ‘haroset’, símbolo de los malos ratos pasados en la esclavitud
de Egipto, o bien en una especie de mermelada rojiza, símbolo del barro que
amasaban junto con paja para fabricar los adobes.
Cuando un anfitrión judío untaba el pan y lo ofrecía un huesped, le decía:
«Ahora somos hermanos. Hay pan y sal entre nosotros. Formamos parte de una
misma familia; somos aliados».
Este gesto subraya la gravedad de la traición de
Judas. En Oriente no hay cosa peor que aceptar la hospitalidad y volverse
contra quien te ha hospedado. Este tipo de traición ya es citada por el profeta
Abdías. También aparece en el Salmo 61, al que hará referencia Jesús de
Nazareth al referirse a la traición.