VII SEMANA
EVANGELIO
Cuando Jesús y los tres discípulos bajaron de la montaña, al
llegar adonde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor, y a
unos escribas discutiendo con ellos. Al ver a Jesús, la gente se sorprendió, y
corrió a saludarlo. Él les preguntó: «¿De qué discutís?» Uno le contestó: «Maestro,
te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja hablar y, cuando lo
agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda
tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces».
Él les contestó: «¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con
vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo». Se lo llevaron. El
espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; cayó por tierra y se
revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace
que le pasa esto?» Contes- tó él: «Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha
echado al fuego y al agua, para acabar con él. Si algo puedes, ten lástima de
nosotros y ayúdanos». Jesús replicó: «¿Si puedo? Todo es posible al que tiene
fe».
Entonces el padre del muchacho gritó: «Tengo fe, pero dudo;
ayúdame». Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo,
diciendo: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en
él». Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver,
de modo que la multitud decía que estaba muerto. Pero Jesús lo levantó, tomándolo
de la mano, y el niño se puso en pie. Al entrar en casa, sus discípulos le
preguntaron a solas: «¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?» Él les respondió: «Esta
especie sólo puede salir con oración».
Marcos 9, 14-29
COMENTARIO
Los relatos de expulsión de demonios son difíciles de digerir
para el lector moderno. La cultura judía nunca distinguió entre enfermedades
psicológicas y posesiones diabólicas... A los autores del evangelio lo que les
importa es subrayar que Jesús lucha contra el mal y le vence.
La escena que nos presenta el evangelio de hoy es una de las más
impresionantes y sobrecogedoras de los relatos de expulsión de demonios. Ocurre
a continuación de la bajada del monte Tabor. Así como Moisés, cuando bajó del
monte Sinaí de recibir las Tablas de la Ley, encontró a la gente incrédula
rodeando el becerro de oro, Jesús encuentra a un pueblo impotente y paralizado
ante el mal.
Dos claves para comprender este episodio son las acciones del
endemoniado y la respuesta del padre del niño. El demonio coge a la criatura,
la lanza al suelo, le hace rechinar los dientes y expulsar espuma por la boca.
Cualquiera podría pensar que es un caso de epilepsia, pero los evangelios no
intentan darnos explicaciones médicas. El hecho de que el chico se arroje unas
veces al fuego, y otras al agua, puede interpretarse como símbolo de las
presiones sociales que este buen padre recibía; signo de la vergüenza y exclusión
que sufría y de la desesperación que le embargaba.
En tiempos de Jesús la psicología y la medicina se hallaban en
estadios muy primitivos. Por este motivo, enfermedades tales como la epilepsia
eran consideradas como posesiones demoníacas que causaban estragos en los
enfermos.
Por los datos que aparecen en el texto, aquel muchacho estaba aquejado
probablemente de epilepsia. Pero la curación de un muchacho epiléptico da pie
para subrayar algunos elementos religiosos que deben tener en cuenta los
cristianos:
- La fe. Es el tema estrella de este relato. La curación se
produce por la fe. Y tiene lugar en dos tiempos: Primeramente se libera al
chico del espíritu malo que le atormentaba. Pero no es suficiente. Se hace
necesaria una segunda acción de Jesús sobre el muchacho: Jesús lo toma de la
mano, lo levanta y él se pone en pie. Para el seguimiento de Jesús no basta con
dejar de ser malo. Es necesario llenarse de la fuerza del amor y ponerse de
pie, en actitud de seguir a Jesús.
- La misericordia de Jesús. La actitud del padre que sufre, está
descrita magistralmente en el texto. Es un hombre abatido y abrumado por el
lamentable estado en el que se halla su hijo. Ha perdido toda esperanza. Por
eso acude a Jesús con una fe tambaleante e insegura. La ternura y ánimos que
Jesús prodiga al padre que sufre contrasta con la dureza con la que Jesús trata
a todos, incluidos los discípulos (¡Gente sin fe!. ¿Hasta cuándo os tendré que
soportar?)
La confianza y la misericordia son dos elementos esenciales de
cualquier cristiano que desee seguir los pasos de Jesús de Nazareth. Todo
educador cristiano debe tener ojos de fe para mirar los aspectos positivos que
hay alrededor suyo.