San Vicente, San Valero, San Gaudencio y San Anastasio
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San Vicente
SAN VICENTE (¿280?-304)
nació en Huesca. Desde muy niño Vicente fue confiado al obispo de Zaragoza, San
Valero, para que lo instruyera. El pupilo mostró ser un alumno despierto, y con
especial disposición para predicar el Evangelio.
Ya viejo el obispo, de
quien se dice que era algo tartamudo, nombró diácono a Vicente y le delegó sus
funciones de predicador. Como detentaba una rica cultura y tenía facilidad para
hablar, fue muy apreciado por su oratoria.
Con el edicto del
emperador Diocleciano del año 303 para perseguir a los cristianos, llegó a la
península Ibérica el prefecto Daciano, un celoso cancerbero que cumplió
inmisericorde su labor. Al oír de la fama del diácono Vicente, lo manda
encadenar junto con su anciano mentor, y ambos son llevados a pie hasta
Valencia.
Cuando lo conducen
ante Daciano, Vicente, con su facilidad de palabra, le empieza a hablar de las
bondades del cristianismo, desmintiendo la propaganda adversa de que los
cristianos eran objeto. Sin embargo su discurso sólo logra desatar la ira del
prefecto, quien somete a Vicente a torturas terribles.
Vicente murió en una
celda oscura donde el piso estaba cubierto de filosos cascajos. Se cuenta que
Diocleciano dejó el cadáver para que lo devoraran las fieras del campo, pero un
cuervo apareció para defenderlo de los demás animales. Luego lo arrojaron al río
en un costal con piedras, pero el cuerpo flotó y la corriente lo arrastró hasta
una orilla, donde los cristianos lo recogieron y construyeron una iglesia.
Hablando curvos, decía el gran poeta Juvenal, allá por el siglo I-II:
“La censura perdona a los cuervos y se ensaña con las palomas”
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