A veces, con este evangelio, nos pasa lo mismo que con ciertas canciones: oímos la música, pero no escuchamos la letra.
Algunos lo leen como una “prueba” de que existe el infierno; otros, como un cuento anacrónico sin utilidad. Pero el mensaje es mucho más actual de lo que parece.
Jesús usa las imágenes de su tiempo —los muertos que hablan, el cielo y el infierno— para denunciar tres cosas muy concretas:
Ceguera social: el rico no ve a Lázaro, que está tirado en su puerta. El problema no está en la riqueza sino en la indiferencia ante el pobre
Aislamiento consumista: sus banquetes y lujos lo aíslan de la realidad.
Distancia social: entre la vida del rico y la del pobre se abre un abismo casi imposible de cruzar. Y esta distancia social no pocas da la sensación de que puede ser irreversible.
Esta tríada fatal —ceguera, aislamiento, distancia— describe muy bien nuestro mundo de hoy. Y lo más inquietante es que el texto sugiere que “ni aunque resucite un muerto” cambiará algo si seguimos con el corazón cerrado.
Tal vez necesitamos nuevos milagros:
ojos que vean el dolor cercano,
manos que toquen y acompañen,
pasos que acorten distancias.
El evangelio no habla de los muertos: habla de nosotros, de nuestra capacidad de abrir los ojos y el corazón aquí y ahora.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.