jueves, 14 de agosto de 2025

EVANGELIO DEL VIERNES 15 DE AGOSTO. FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA

 



EVANGELIO
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
–« ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo:
–«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Lucas  1, 39-56
COMENTARIO

Imaginemos algo por un momento: vivir dos palmos bajo tierra. Sin luz, sin colores, sin cielo. Solo túneles, raíces, paredes oscuras… y tú caminando por ahí, tratando de entender tu existencia. Y alguien te pregunta: “¿Crees que apenas medio metro más arriba hay un mundo de luz, aire limpio, flores y frutos?”.

María lo creyó. Por eso Isabel le dice: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Ella elige confiar, aunque su presente esté lleno de incertidumbres, riesgos y responsabilidades enormes. María nos recuerda que la vida no es solo lo que nos toca, sino lo que decidimos hacer con lo que nos toca.

Nuestra existencia también alterna alturas y cuevas: días en que sentimos el sol en la cara y días en que apenas sobrevivimos en túneles estrechos. Lo que para ti es alegría, para otro puede ser dolor. Lo que hoy pesa, mañana puede ser regalo. La vida es ambigua y, sin embargo, exige una elección: ¿vamos a habitar la oscuridad resignados o vamos a buscar el cielo en nuestras decisiones?

El “cielo” no es un lugar en el mapa, sino una forma de vivir. Es una postura ante la existencia: iluminar la oscuridad de otros, sembrarse en los demás, salir de la comodidad de uno mismo para aportar sentido y esperanza. Cada día podemos decidir: ser un cielo o ser una nube gris que apaga la vida de quienes nos rodean.

En la Visitación, María no habla de sí misma: canta la acción de Dios que levanta a los humildes, sacia a los hambrientos, pone en jaque a los poderosos. Su Magníficat es un grito existencial: incluso en la incertidumbre, en lo frágil, en lo difícil, se puede elegir la vida y la entrega.

La Asunción nos recuerda que la existencia tiene sentido cuando la vivimos en “clave de cielo”. Cada pequeño fracaso, cada pérdida, cada momento oscuro, nos da la oportunidad de elegir otra postura: mirar con esperanza, amar más, entregarnos más. María eligió creer, cantar y sembrarse. Esa elección, más que su destino, define su grandeza.

Hoy, Isabel nos invita a repetir: “Dichosa tú que has creído”. Y la pregunta existencial queda para nosotros: ¿creemos? ¿Cómo vamos a vivir hoy, con qué mirada, con qué entrega, con qué libertad? Cada decisión nuestra puede ser un acto que ilumine la oscuridad o que la profundice. Elegir es vivir.



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