domingo, 29 de junio de 2025

EVANGELIO DEL DOMINGO 29 DE JUNIO. FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

 

 


EVANGELIO
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
- «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
- «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
- «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
- «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»


Mateo  16, 13-19
COMENTARIO

Pedro es uno de esos apóstoles que siempre están en medio. En medio para alzar la voz cuando otros callaban, en medio para ofrecer respuestas cuando el silencio pesaba, en medio también para vacilar, para retroceder, para huir cuando la magnitud de los acontecimientos le sobrepasaba y el miedo le envolvía. Pedro es, en cierto modo, un espejo cercano donde muchos podemos reconocernos.

La pregunta de Jesús comienza como una cuestión general, casi académica: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Pero pronto se convierte en algo radicalmente personal: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". No es una pregunta para resolver con fórmulas aprendidas ni con respuestas prestadas. Es una interpelación directa, que no exige un dato, sino una toma de postura vital. Es como si Jesús susurrara al oído de cada discípulo: "Pedro, ¿qué dice tu vida de mí?".

La fe no es una consigna que se repite ni una respuesta memorizada del catecismo. La fe es una manera de situarse en la vida, una orientación profunda del corazón que busca estar en sintonía con el modo de vivir del Maestro de Galilea. La cuestión no es si respondemos bien, sino si vivimos bien. Porque la verdadera respuesta a esa pregunta no se formula con palabras: se esculpe con la propia existencia.

Ahora bien, la respuesta que demos debe nacer desde el terreno firme del realismo, evitando dos trampas que nos acechan: la disimulación y la simulación. Disimular consiste en esconder nuestros defectos, nuestras flaquezas, intentando que pasen desapercibidas ante los demás y, a veces, incluso ante nosotros mismos. Simular, en cambio, es aparentar cualidades que no poseemos, fabricar fortalezas para sostener una imagen que no se corresponde con la verdad. Tanto la disimulación como la simulación nos alejan de la autenticidad, nos convierten en personajes que interpretan un papel, cuando en realidad Jesús nos invita a ser nosotros mismos.

Pedro, con su ímpetu y su torpeza, con su generosidad y sus miedos, nos enseña que la llave del Reino no está reservada a los perfectos, sino a los sinceros. Lo que abre la puerta no es la impecabilidad, sino la honestidad de quien se atreve a responder desde lo que es, sin máscaras ni disfraces. Porque, al fin y al cabo, no se trata tanto de decir quién es Jesús, sino de vivir de tal manera que sea nuestra vida la que lo proclame.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu opinión.