domingo, 22 de junio de 2025

EVANGELIO DEL DOMINGO 22 DE JUNIO. FIESTA DEL CORPUS

 

(*)

EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
–Despide a la gente que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
El les contestó:
–Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
–No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.)
Jesús dijo a sus discípulos:
–Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Lucas   9, 11-17


COMENTARIO

El conocido himno "Pange, lingua, gloriosi...", legado orante de Tomás de Aquino ante el misterio eucarístico, encierra en una de sus estrofas una de las experiencias más paradójicas que nos ofrece la Eucaristía.

Dice Tomás en latín: “Et si sensus deficit, ad firmandum cor sincerum. Sola fides sufficit.” Es decir, “y aunque los sentidos fallen, basta la sola fe para confirmar al corazón recto en esa verdad.”

¿De qué verdad se trata? De la provocación contenida en el Evangelio de hoy. 

Los discípulos vieron fallar sus sentidos. No lograron captar la intención del Maestro galileo. ¿Qué son cinco panes y dos peces para cinco mil hombres? La respuesta sensata fue la más humana: “Despídelos, que cada uno se busque alojamiento y comida” (es decir, que cada uno se busque la vida)

Pero Jesús desafió sus sentidos ofuscados: “Dadles vosotros de comer”. En otras palabras: sed vida para los demás, convertíos en sustento. Imagino el desconcierto en los rostros de los discípulos.

Esto también nos pasa a nosotros cuando confundimos lo increíble con lo imposible. Pero hay cosas increíbles que, con confianza, motivación y decisión, resultan posibles. El riesgo nos inmoviliza, atenaza el corazón y las manos. Pero el Maestro nos invita a creer más allá de lo que vemos, a acoger su provocación con pasión.

Un ejemplo: nuestros sentidos fallan cuando no adivinamos en la bellota la majestuosa encina, o en el bebé frágil al adulto que nos enseñará con su vida. Lo que parecía increíble se vuelve real: basta con tiempo, fe y entrega.

Cada día, cada domingo, la Mesa Compartida de la Eucaristía nos interpela: dad de comer al mundo, sed vida derramada, dejaos partir, convertíos en alimento para los demás.

Y aunque los sentidos nos flaqueen y nuestras fuerzas decaigan, como diría Tomás de Aquino, estamos llamados a vivir confiados en la posibilidad de esa misión. 

La Eucaristía, más que pan del cielo o sueño divino, es compromiso radical con una forma de vivir y un modo de habitar la historia: la donación total de lo que somos.

Adorar al Santísimo no es simplemente contemplar un cuerpo “bellamente custodiado”.  Adorar es asumir su vida, hacerla nuestra, comulgar con su memoria.

Ser adoradores verdaderos es continuar la entrega de Aquel que, con una vida ofrecida, abrió un camino nuevo. Por eso, su presencia sigue provocando a la humanidad a vivir con ese mismo modo, aquí y ahora.

Comulgar su vida es asumir esa tarea. Es unirse a la comunidad que sostiene su presencia real y su memoria transformadora.

 

(*) El bello cuadro que encabeza este texto de Juan Antonio de Frías y Escalante, es una propuesta pictórica que podemos contemplar en el Museo del Prado y que ilustra nuestro comentario.

 

 





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