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Pentecostés. Chagall |
Jesús deja a sus discípulos un regalo increíble: su aliento, su soplo, su ánimo. No es solo un gesto simbólico; es como si les pasara su propia fuerza interior, ese empuje que da vida y esperanza. Les transmite su Espíritu, su forma de vivir y de mirar el mundo con paz y con valentía.
Ese “aire” que Jesús nos da se nota especialmente en nuestro carácter, en cómo somos por dentro y cómo lo sacamos fuera. Se refleja en nuestro día a día, en cómo respondemos a los problemas, en cómo tratamos a los demás. ¿Nuestro gesto, nuestra cara, transmiten algo del Evangelio? ¿O vamos por la vida con el ceño fruncido, como si todo fuera cuesta arriba?
Y en comunidad, este Espíritu se nota también. Pensando en el don de lenguas, podríamos decir que hoy ese don es saber ponerse en el lugar del otro. No ir por la vida creyendo que somos el centro del mundo, sino aprendiendo a mirar al otro como protagonista, escuchando, acompañando, sirviendo. Ese es el verdadero idioma que habla el Espíritu: el del corazón y el del servicio.
Ser una persona “con espíritu” no va de hacer cosas espectaculares ni de parecer muy espiritual. Va de tener actitudes sencillas pero profundas: saber animar, vivir con paz, mirar con cariño. Eso es lo que hace alguien que ha recibido el soplo de Jesús. Y eso es lo que transforma nuestra vida y la de los que nos rodean.
(Juan 20, 19-23)
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