En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «Levántate y ponte ahí en medio.» Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.» Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.
Cada persona lleva consigo una historia de fidelidad que se convierte en la base para construir un proyecto de vida más o menos equilibrado. Sin embargo, toda historia de fidelidad también incluye una historia de rupturas.
Resulta difícil imaginar que, en sábado y en pleno centro de la Sinagoga, Jesús pusiera en el centro a una persona "paralizada" para devolverle su dinamismo. Sin duda, tuvo que romper con algunas tradiciones judías para realizar un signo tan significativo.
Asimismo, es casi inconcebible que, frente a fariseos y herodianos, el laico Jesús apostara por una postura de "sensatez" tan audaz como la que describe el texto de hoy. Un acto impensable y cargado de peligro.
Todas las instituciones tienen Tradiciones inamovibles que, de algún modo, "paralizan" a muchos. Del mismo modo, cada persona posee sus propias tradiciones —con minúscula—, que a menudo dictan juicios y sentencias contra quienes piensan y sienten de manera distinta.
Discernir aquello con lo que debemos romper para crecer en fidelidad, es una tarea fundamental para cualquier hombre o mujer que aspire a vivir con auténtica sensatez. Y dicha sensatez consiste en hacer lo bueno y sanar la convivencia.
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