EVANGELIO
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista.
Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
–Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Esta historia se repite hoy cada vez que enfrentamos el principio de realidad. Muchas veces proyectamos expectativas idealizadas sobre las personas, los acontecimientos o incluso sobre nosotros mismos. Pero el ritmo de lo cotidiano, con su aparente falta de brillo, nos recuerda que la plenitud puede encontrarse en lo real y en lo pequeño. A pesar de nuestras limitaciones, la tarea de cualquier persona tiene sentido, aunque no logremos plenamente nuestros ideales.
El simple hecho de intentarlo, de trabajar en lo que creemos, nos convierte en signos vivos de aquello que anhelamos. En nuestros pequeños entornos, nuestras acciones son como destellos de las grandes esperanzas que portamos en el corazón. Reconocer esto nos invita a vivir con autenticidad y esperanza, sabiendo que cada esfuerzo, por pequeño que sea, contribuye al horizonte de lo que Dios hace en el mundo.
Que verdades tan grandes. Como nos trae el evangelio, al día de hoy. A todas las cosas, que podemos hacer nosotros mismos, por pqes que sean. Con granos de arena, se pueden construir grandes ciudades. Solo falta que queramos hacerlo. El mundo está al revés, pero si cada uno actuaríamos bajo nuestra conciencia y lo que nos dicte el corazón. Sería maravilloso. Muchísimas gracias por tanta información tan verdadera
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