Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “ Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Éste es mi Hijo amado, escuchadlo”.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús…
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”.
Estaban asustados y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Éste es mi Hijo amado, escuchadlo”.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús…
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”.
Marcos 9, 2-10
La historia del ser humano es una sucesión de
presentes; por tanto, ¡cuida cada instante y vívelo como definitivo! Este
podría ser un resumen de toda esta pasada primera semana de cuaresma.
Aquellos primeros discípulos probablemente
descubrieron que la vida definitiva, la vida plena, había llegado con Jesús; la
historia es como si se hubiera detenido con él, porque por fin había alguien
que, de verdad, dotaba de sentido al presente sin utilizar el pasado como
patrón de comportamiento ni el futuro como consuelo aplazado.
Pero poco a poco fueron dándose cuenta de que este
Jesús que les sabía a vida completa y a vida plena, sufría, era incomprendido y
desde luego no era percibido por todos del mismo modo. Por si fuera poco, también
sintieron que seguir al maestro galileo les complicaba la vida y en
ocasiones... mucho.
El evangelio de hoy sale al paso de esa dificultad. El
texto de hoy, probablemente una re-construcción literaria forjada en
innumerables experiencias que los discípulos tuvieron con Jesús, solo pretendía
mostrar que más allá de las apariencias gratas e ingrata, tras ese hombre había
una honda experiencia, fiable y auténtica, de Dios.
Cuando traemos el evangelio al hoy de nuestra vida
muchos sentimos también esa necesidad; además, a muchos nos reclaman que
desvelemos qué o quién está detrás de nuestras motivaciones.
Hay personas que no sólo piden transparencia (hoy se
lleve mucho eso), sino que piden transfiguraciones, es decir, conocer qué
garantías damos de que la memoria que anunciamos sea digna de ser vivida.
Jesús consiguió transfigurar un sentido a su vida; probablemente
convenció a muchos de que merecía la pena su motivación, su pasión y su
acción.
Los evangelizadores de hoy hemos de preguntarnos qué
percibe la gente de nosotros. ¿Ofrecemos un sentido para la vida o simplemente
somos titiriteros del espíritu? ¿Dotamos a la vida de una melodía que hace
bello el vivir cotidiano (aún con sus momentos de silencio), o somos
folclóricos de decadentes noches de verano?
Uno de los grandes problemas del cristianismo actual
está en su incapacidad para "significar" algo más hondo que sus
"puestas en escena".
Un Cristo sufriente que paseamos por nuestras calles y
que no nos adentra en el sufrimiento concreto de los hombres y mujeres de hoy;
una escultura mariana que no re-dirige nuestra mirada a quienes hoy claman y
patalean por una respuesta humanamente digna a la injusticia; una mesa (como la
eucaristía) que no nos lanza a ensanchar y poner una creativa silla más en la
mesa de nuestra humanidad, un.......
Cuando la mirada se detiene en lo primero (una bella
imagen de Cristo o de María, una mesa de altar dignamente vestida), pero no
transfigura lo que ha de haber detrás, nos colocamos en el lugar cínico de
Pedro Santiago y Juan... "hagamos tres
tiendas y quedémonos aquí". Pero ya nos advierte Marcos que cuando eso
pasa, "no sabemos lo
que decimos", ni lo que
hacemos.
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