domingo, 10 de marzo de 2024

EVANGELIO DEL DOMINGO 10 DE MARZO. SEMANA 4 DEL TIEMPO DE CUARESMA



EVANGELIO
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
Y sus discípulos le preguntaron:
-«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
-«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
-«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
-«¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían:
-«El mismo.»
Otros decían:
-«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
-«Soy yo.»
Y le preguntaban:
-«¿Y cómo se te han abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. »
Le preguntaron:
-«¿Dónde está él?»
Contestó:
-«No sé.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
-«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
-«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros replicaban:
-«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
-«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Que es un profeta.»
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
-«¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron:
-«Sabernos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse. »
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-«Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. »
Contestó él:
-« Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Le preguntan de nuevo:
-¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?»
Les contestó:
-«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos? »
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.»
Replicó él:
-«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron:
-«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
-«¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
-«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
-«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo:
-«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-«Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.»
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
-«¿También nosotros estamos ciegos?» Jesús les contestó: -«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»

Juan   9, 1-41

COMENTARIO

El texto del evangelio de hoy tiene un alcance vital y religioso extremadamente importante al que no podemos acceder en un breve comentario como el que nos ocupa.

Presentar a Jesús como Luz parece que es el sentido último que tiene esta historia, sobre todo, desde el punto de vista litúrgico. De ahí que se lea en este cuarto domingo de cuaresma.

Pero yo creo que el texto permite una cercanía existencial extraordinaria. Hay un juego de miradas muy interesante en su desarrollo.

La mirada del ciego, tanto cuando no ve como cuando ve, debió ser una mirada vitalista; una mirada que no deja de buscar; una mirada que ve más allá de su ceguera. Por eso, desde la misma ceguera, intuye que algo interesante existe tras aquel que le devuelve el gusto por mirar.

La mirada de la familia del ciego es una mirada transitiva. Una mirada que no acaba de entender, pero que facilita la vida. Es una mirada que no se pierde en los miedos posibles cuando la vida te plantea la posibilidad de "ver más allá" de lo que tienes delante.

La mirada de los discípulos de Jesús es una mirada insípida, a mitad de camino entre el conformismo y la novedad, pero incapaces de dar el paso definitivo al seguimiento. Su pregunta al comienzo del texto ("maestro quien pecó, este o sus padres"), manifiesta ese mito tan presente en las instituciones de todas la épocas, a saber, vivir nadando y guardando la ropa. Es el quiero y no puedo que en ocasiones tanto nos destroza a las personas. De hecho, los discípulos aparecen al comienzo del texto y ya no vuelven a aparecer. Son perfectamente prescindibles.

La mirada de los fariseos es una mirada opaca muy identificada por el salmista ("miran y no ven"). Es una mirada que se ahoga en su propia desdicha y desazón. Es una mirada intransitiva; empieza y acaba en ellos. Representan a aquellos que se “endiosan” con la verdad de su escasa inteligencia y se "entercan" con la dureza de su corazón.

¿Y Jesús? No. Jesús no mira. Jesús son los ojos a través de los cuales vemos todo. 
Jesús se presenta como pura transparencia del Padre. Él es el contraste, el signo de contradicción que catapulta a otra manera de ver las cosas y la realidad entera.

Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida dos reflexiones nos asaltan. En primer lugar, no sería malo detectar nuestra historia de opacidades. Porque no pocas veces nos instalamos en ellas y “no queremos ver más”; y quizás, no pocas veces nos convertimos en victimas de nuestra propia falta de luz.

En segundo lugar, estaría genial detectar cómo miro, según quién y qué, tengo delante: con vitalismo, opacidad, insipidez, transitividad...

Y este ejercicio, es ya transformador. Como dice aquel, “mirar las cosas no las cambia, pero sí que nos cambia” .


 



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