Mateo 11, 2-11
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» ¡Cómo entender esta pregunta de Juan! ¡Pero si lo había bautizado él y lo había reconocido! ¡Pero no es Juan quién salto en el vientre de su madre cuando se aproximó María por aquellas montañas próximas a Belén! ¿a qué viene tanta duda?
Pues porque la realidad es conflictiva. Todo el mundo, incluido Juan, esperaba un Mesías distinto. Y Jesús tiene “obras de Mesías” pero un perfil de “normalidad”. Esperaban a una persona rara, como era el propio Juan, seco, adusto, extraño, alejado, hiriente. Pero Jesús estaba rodeado de normalidad. Era imposible que alguien tan normal, dijera e hiciera todo lo que de él se contaba: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo»
“Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”. O dicho con otras palabras: quien se acercaba a Jesús volvía transformado.
Quienes estaban ofuscados (ciegos), acomplejados y enredados en nudos de negatividad (inválidos), o quienes habían hecho de la indiferencia su manera de vivir (sordos) hasta el punto de sentirse innecesarios (muertos), o quienes se sentían directamente descartados (pobres)... , a todos estos Jesús les devuelve la vida que habían perdido y la ilusión que los recluía en su círculo de esterilidad social.
Quizás por eso la fe y la esperanza cierta no es más que responder con la vida de lo anunciado con la palabra.
Y por la misma razón, el cristianismo, y cualquiera de las religiones, o son reveladoras y dadoras de vida, o no valen para nada. Ese es el gran servicio espiritual que podemos ofrecer a nuestra sociedad.
Por eso, nada menos que en el Credo que profesamos, decirmos que "creemos en el Espíritu Santo, ... dador de vida"
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