-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Mateo 4, 18-22
El Evangelio de hoy revela cómo la fe no nos hace a las personas hombres y mujeres distintos, más llamativos o más extravagantes; la fe tiene mucho que ver con la rutinaria cotidianidad de nuestra vida. La palabra rutina, en ocasiones injustamente valorada, significa originalmente tener un camino y disfrutar de una ruta.
La experiencia de la fe no tiene por qué cambiar radicalmente tu vida, si está bien enrutada. Ahora bien, esa ruta necesita de motivaciones, incentivos, deseos.
Con una finura tremenda, el narrador del evangelio no cambió el oficio ni la ruta del llamado; pescador era, pescador sigue siendo, porque en la vida, en su ruta sigue. Lo aprendido, el camino recorrido y las horas gastadas, nuca son en balde y siempre tienen un sentido.
Ciertamente, el sentido de lo aprendido generalmente se encuentra en el cumplimiento de lo esperado y en la incesante pasión por seguir buscando.
Por eso, todos somos llamados porque todos tenemos una ruta y un camino. No hay unas elecciones más nobles o elevadas. El drama del ser humano es no tener camino ni ruta; sentarse a esperar pero... sin esperanza.
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