EVANGELIO
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: - «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Lucas 18, 9-14
Por una cosa o
por otra todos conocemos a un tal Aquiles. Bien como héroe del poema homérico
de “La Iliada”, o bien como el propietario del
talón que lleva su nombre: el Talón de Aquiles. Su historia es conocida:
su madre sumergió al tal Aquiles de pequeñito en la laguna Estigia
para lograr que su cuerpo quedara inmune a las heridas; sin embargo, el talón,
por donde lo sujetaba su madre, no logró ser bañado por el agua mágica y
permaneció vulnerable en ese punto de su cuerpo.
Los psicólogos no han tardado mucho en bautizar una
característica propia de la personalidad humana utilizando estas resonancias
clásicas. Efectivamente, por complejo de Aquiles entendemos la tendencia a
ocultar las propias debilidades e impotencias bajo la apariencia de
invulnerabilidad o heroísmo.
Esto le pasó a uno de los personajes "tipo" del evangelio
de hoy: el fariseo. Esa tendencia a “ocultar” lo que somos pretendiendo engañar
al otro con lo que “no somos”. No cuela.
Por duro que parezca, cuando nos pasamos buena parte de
nuestra vida hablando de nuestra vida “por
contraste” con la vida de los demás, se “aquiliza” todo nuestro ser y se hace
verdad el famoso dicho “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.
Da la sensación de que Jesús invita a expresar lo que
somos (como el publicano), lo bueno o lo malo que somos, ya tendremos tiempo de
sanarlo. Sien embargo, esa tendencia al ocultamiento interior que nos hace
“cómplices de nosotros mismos”, aparte de enfermizo es letal para tu felicidad.
Somos “justificados”, es decir, somos felices, cuando
encajamos nuestros puntos débiles con naturalidad. Disimularlos vale de poco, o
vale por un tiempo, el tiempo que tardan los demás en descubrirlo, y entonces,
lo que es una debilidad susceptible de ser sanada, se convierte en la puerta de
entrada de tus más grandes frustraciones.
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