Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
–Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó:
–Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre.»
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo:
–Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
–Está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto.»
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
–Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.»
Jesús le contestó:
–Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios.»
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
El evangelio de hoy se trata de un texto parabólico (a modo de cuento) en el que el evangelista, con detalles propios del lugar y del momento, narra lo que a Jesús debió de sucederle a lo largo de toda su vida.
¿Y qué le sucedió? Pues lo que nos ocurre no pocas a veces a todas las personas: que olvidamos nuestra condición de personas humanas y vivimos en el engañoso sueño de creernos divinos. Al fin y al cabo esto nos acontece cada vez que acariciamos el umbral de nuestro límite (el límite de nuestra paciencia, de nuestro dolor, de nuestros sentimientos, de nuestro sentido...)
En la "parábola diabólica" del evangelio de hoy, en el fondo, el tentador le ofrece a Jesús ser un dios de bajos vuelos; es decir, creerse alguien, dejando de ser sí mismo, pero en el fondo no ser nada. Cada una de las propuestas dia-bólicas tienen trampa: vender tu identidad al mejor (im)postor.
Pero a Jesús no le convenció aquella propuesta. Jesús dijo que no a la seguridad de la "Estirpe" (la familia de sangre); dijo que no a la tranquilidad de la Ley; y dijo que no a la vistosidad del Templo.
Familia, ley y templo fueron las tres grandes tentaciones de Jesús a lo largo de su vida. Pero él prefirió la intemperie de la comunidad frente a la sacralización de la familia, la audacia de mirar el corazón de la persona antes que el cumplimiento exterior de la Ley de Dios, y la conciencia de que el hombre y la mujer son los mejores templos de lo divino.
Comunidad, interioridad y humanidad: esta es la fórmula que daba sentido a la primitiva comunidad cristiana.
Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida, tengo la sensación de que nos pone en la tesitura de elegir entre una vida vivida humanamente, con autenticidad, o más bien, elegir una vida engañosamente endiosada.
Las personas somos necesitadas (de tantas cosas..); somos frágiles (ni lo podemos todo ni lo sabemos todo); y desde nuestra invisibilidad cotidiana, anhelamos ser queridos "gratuitamente".
En el fondo, es desde estos límites, desde los que que sentimos la humanidad, la sencilla-humanidad, como un regalo.
Que tu única tentación sea "ser humano" contigo mismo y con los demás.
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