jueves, 16 de junio de 2022

EVANGELIO DEL JUEVES 16 DE JUNIO. SEMANA 11 DEL TIEMPO ORDINARIO.


EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»

Mateo 6, 7-15

COMENTARIO

Incierto es el camino que marca el comienzo del evangelio de Mateo. Todo lo contrario a la espectacularidad. Ayer, las prácticas piadosas del judío, limosna-oración-ayuno, que fariseamente vistas eran consideradas mecanismos  de auto-postulación ejemplarizante, Jesús invita a hacerlas “en lo escondido”.

Hoy, en una religión donde había cobrado una importancia radical la “palabra”, Jesús viene a invitar al silencio: “cuando oréis no uséis muchas palabras….”. Son curiosos los exilios que provoca el nazareno: de la visibilidad a lo escondido, de la palabra al silencio. De ahí que la gran llamada del discípulo sea dirigirse a Dios, junto al Hijo, como Padre: “Vosotros rezad así, Padre nuestro….”.

Tengo la sensación de que ambos exilios suponen dos estrategias pastorales todavía por estrenar. Recuperar “lo escondido” de la experiencia de fe podría propiciar crecer en autenticidad, ésa que no se consigue a base de visibilización social y ésa que invita a tejer nuestra experiencia religiosa de raíces hondas y bien plantadas. Porque no hay color entre la hondura de la que puede presumir lo escondido y la asfixiante caducidad de las sugerentes plantas de invernadero.

Por otra parte, robarle un poco de silencio a las palabras, permitiría discursos más breves y humildes. Ni el interlocutor se aburriría por la verborrea dramática del predicador de turno, ni el intérprete perdería su tiempo en aparentar lo que no es, máxime cuando ese tiempo estaría mejor empleado en conocer lo que no sabes de ti. 


“No seáis como ellos…, como los gentiles” –dice el Señor.

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