Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.
En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo:
«Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó, diciendo:
«Quiero, queda limpio».
Y en seguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo:
«No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Mate8 8, 1-4
COMENTARIO
La vida y la religión aparecen íntimamente unidas. Hoy vuelve a aparecer otra de estas acciones reveladoras típicas de la revelación evangélica: la obligación que impone Jesus al curado de cumplir con la institucionalidad judía (presencia ante el sacerdote más ofrenda) después de haberse curado.
Esto manifiesta dos cuestiones: en primer lugar, si eso era prescrito por las ley es porque la curación, tratárase o no del curandero Jesús o no, era un hecho, o cuando menos una posibilidad.
En segundo lugar, Jesús reconocía un valor a las instituciones judías, porque de lo contrario no tendría sentido tal envío a no ser para demostrar al sumo sacerdote el poderia de Jesús (cosa que no parece muy probable de acuerdo a la personalidad de Jesús).
Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida, bien podría tratarse de un sugerente aviso a la hora de valorar el papel de las instituciones religiosas en la fe de las personas. Ciertamente las instituciones, las oficialidad religiosa, tiene su papel en los procesos de fe; sobre todo si son muchos los fieles de una confesión religiosa; alguien tiene que organizar la gestión de lo religioso.
Pero, las instituciones religiosas no pueden convertirse en sagradas; cuando esto ocurre se formaliza un ídolo que incluso acaba tiranizando a la realidad sagrada que anuncia.
A Jesús le importaba la persona, todo está en función de ella. Cometemos un error cuando enfrentamos al ser humano con Dios como si fuera antes una realidad que la otra. Y no es así.
El ser humano es divino, y la divinidad contiene a la humanidad y viceversa. Absurda es una fe y una teología que no ha descubierto que humanidad y divinidad son como las dos caras de una misma moneda o las dos partes de una hoja.
Por esta razón entre otras, el evangelista Juan se atrevió a definir a Dios como amor; y para que haya amor, ha de haber relación.
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