domingo, 28 de junio de 2020

EVANGELIO DEL DOMINGO 28 DE JUNIO. SEMANA 13 DEL TIEMPO ORDINARIO.



EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».


Mateo 10, 37-42

COMENTARIO


El comienzo del evangelio de este domingo es atronador. Tanto su lectura literal como su interpretación espiritualista descristianizan su mensaje.

Originariamente, la comunidad cristiana debió entender aquellas palabras de Jesús como una crítica al judaísmo más creído de su época. Sentirse estirpe elegida, es decir, poner la familia y la sangre como criterio catalizador de la religión, no parece que fuera algo que Jesús pudiera encajar. 

Precisamente por esta cuestión Jesús reclama para sí una fidelidad extrema. Pero no porque Jesús revele a  un Dios celoso, sino porque no puede consentir que la familia y la estirpe judía sea un criterio de discriminación divina.

Lo que el judaísmo exige para si, Jesús lo cuestiona reclamando fidelidad a su persona. La familia "judía" no puede agotar la experiencia de Dios. Esta es la clave del texto. 

Pero cuando leemos estas palabras en el hoy de nuestra vida no podemos hacer una "apaño" fácil diciendo que Dios es lo primero y la familia es lo segundo. Eso es absurdo y necio. El amor suma, nunca resta. Ya lo dijo expeditivamente San Juan: Si no amas a tu hermano al que ves, cómo vas a amar a Dios a quien no ves.

Ahora bien, creo que el texto de hoy, leído en nuestras coordenadas culturales, sí que nos pone sobre aviso de tres vicios del amor que supondrían una actualización de los errores judíos.

En primer lugar, los celos. Esta experiencia consiste en manipular, cuando no chantajear, los sentimientos del otro reclamando para sí una enfermiza fidelidad. Estar siempre al acecho del otro más que fe, revela desconfianza, y más que pasión, manifiesta inseguridad. 

En segundo lugar, la posesión. Poseer cosas, actitudes, sentimientos, ideas... y trazar un hermético circulo sobre ellos, nos convierte en seres negados al encuentro. La fidelidad a lo que "poseemos" nos convierte en personas obsesionadas y encerradas.

En tercer lugar, el orgullo. Al fin y al cabo, el orgullo es poseerse a sí mismo. El orgulloso se fabrica una estirpe, elige un linaje y, si te descuidas, se dibuja un escudo identitario al más típico estilo feudal.

Jesús cuestionaba la familia judía como portadora exclusiva de la tradición divina. De ahí las frases tan duras del comienzo. Creo que ese no es nuestro problema. Ahora bien, nuestra sociedad sí que es dada, a la competitividad celosa, a la posesión obsesiva y al orgullo excluyente. 

Y estas tres actitudes si que dificultan eso de "amar a Dios sobre todas las cosas". 






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