martes, 3 de mayo de 2022

EVANGELIO DEL LUNES 19 DE ABRIL. SEMANA 3 DEL TIEMPO DE PASCUA.


EVANGELIO
Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no habla habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: - «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: - «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: - «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: - «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.»

Juan   6, 22-29

COMENTARIO


“Jesús les contestó: - «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”

Tras el episodio de la multiplicación de los panes, Jesús hace un discernimiento. ¿Cuál es la motivación profunda de quienes le siguen: hartarse de pan o ser capaz de dar sentido a toda una vida tal y como la vivía Jesús?

El discurso del “Pan de Vida” que tenemos la oportunidad de leer a lo largo de toda esta semana es uno de los discursos más intensos de Jesús. Tan intenso que se empalaga… y posteriormente… se indigesta.

El fragmento que leemos, traído al hoy de nuestra vida, nos hace preguntarnos por los riesgos que conlleva la pertinencia de ofrecer una religión, suave, ligera, líquida…. , o al menos con un porcentaje alto de rentabilidad social, una vez descontados los mininos daños colaterales posibles.

Hay unos sociólogos de la religión que aplican la "ley de la oferta y la demanda” a la religión. Cuánto más amplia sea la oferta religiosa, y por tanto, necesariamente variada dependiendo de los gustos del consumidor, más respuesta, es decir, más consumo religioso. Desde esta perspectiva la religión habría de saber "venderla bien"?

¿Pero, claro,  que es “vender bien”?,  me he preguntado muchas veces. ¿Se trata de vender cantidad o calidad?; ¿se trata de vender ruido o silencio?; ¿se trata de vender magia o sentido vital?

Y la preocupación no es tanto por la estrategia comercial, cuanto por el cuidado de nuestro taller interior, donde reside la fuente de nuestra sensatez, la huella y el poso que nos dejó (o no) el modo de vida de Jesús.



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