En aquel tiempo, dijo el Señor: «Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»
Lucas 17, 7-10
Las entretelas del texto de hoy lo hacen radicalmente actual para cualquier faceta de la vida, cuando se trata de valorar las motivaciones que nos mueven a los humanos en nuestra acción cotidiana.
Creo que existen tres grados de motivación, nobles todas ellas, aunque con grandes diferencias en lo que queda hipotecado en nosotros.
Los seres humanos, en ocasiones actuamos por "obligación". Quizás sea el nivel más bajo de motivación, pero incluso es de alabar el hecho de "atarte a algo" que te compromete y de lo cual te sientes responsable.
No pocas veces, las personas actuamos por "convicción". La convicción añade un matiz a la obligación, quizás el hecho de hacerlo con libertad. Es cuando no puedes no hacer algo porque estás convencido de que ahí se encuentra tu punto de llegada, más allá de lo que estés obligado a hacer. La convicción, en este sentido, dota de una fuerza moral envidiable a nuestras acciones.
Y finalmente, hay acontecimientos vitales que están cimentados sobre la "decisión". La decisión conlleva, además de convicción, el riesgo de no tenerlas todas contigo, pero aún así vivir tal acción con una motivación esperanzadora. Las experiencia de la fe nace de una "decisión"; supone un pequeño salto que aporta un plus de sentido a nuestras acciones. Por eso la fe como experiencia de decisión, no es creer en lo que no vemos, sino más bien seguir incansablemente una pista en la búsqueda de un sentido que siempre parece estar escapándosete. De la fe, como del amor, sólo se percibe su riqueza, persiguiéndolo cada día.
Por eso, mas allá de los méritos que creamos hacer o de los premios que recibimos, hemos de seguir la pista de nuestras decisiones y sus consecuencias porque al fin y al cabo "hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lucas 7, 10).
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