En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos.
Lucas 12, 35-38
Estar atento, estar vigilante, estar con los ojos abiertos es garantía de dicha y de felicidad para Jesús. Hoy se lleva lo contrario desde el punto de vista antropológico; a más ignorancia, más aparente felicidad; a más des-compromiso, más placer; a más entretenimiento, más plenitud.
Pero la propuesta cristiana es una propuesta de ojos abiertos. De ahí que el evangelio de hoy llame a la continua atención, a la continua vigilancia y a la permanente espera.
La opción cristiana es “no perderse nada”, porque todo es portador de posibilidades en la vida. No perderse nada, por otra parte, nos hace también personas lúcidas; y la lucidez, es un buen antídoto frente a aquellas situaciones en las que "el regalo del oído" te adormece gratamente.
De hecho, el origen de la palabra “vigilar” o “vigilancia” la vincula con la palabra “vigor”. Es decir, se trata de estar “vigorosos” con pasión, con fuerza, con estilo, con actitud, con responsabilidad crítica ante la vida.
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