En esta cuarta y última entrega vamos a hacer una re-lectura del capítulo 20 de San Juan, revelando el carácter hiper-narrativo que tiene así como su objeto último: contar el proceso de fe de la primitiva comunidad cristiana.
4. Relectura del texto.
4. Relectura del texto.
Después de
todo el apunte crítico anterior podemos hacer una relectura del capítulo 20 de
San Juan que, lejos de ser un cúmulo de des-proyectos, se nos presenta como un
cuadro muy pensado que revela la complejidad y la complicidad que supuso la fe
en la resurrección para los primeros cristianos.
4.1. La “complejidad” de la fe en la
resurrección.
Ciertamente,
la fe en la resurrección no nace a base de visitas de seres superiores que
vienen del mundo de la ultratumba y atraviesan las paredes. Y la fe en la
resurrección tampoco nace del deseo “travieso” de aquellos primeros cristianos
por intentar “engañar” a los cristianos de todos los tiempos posteriores, entre
los que nos encontramos nosotros, sobre la pervivencia de un muerto que se
tomaba día si y día también unos pescados a orillas del lado de Genesaret, como
prueba de su supervivencia.
Efectivamente,
la fe en la resurrección, desde el propio texto que hemos leído y analizado con
cierto detenimiento, es una experiencia más seria, más sensata, más lúcida, más
constructiva y desde luego, con una fuerza tremenda para “formatear
culturalmente” buena parte de la historia de la humanidad. En este sentido,
tres son los momentos por los que debió pasar aquella primitiva comunidad tras la
muerte de Jesús:
a) Primer
momento (el verbo blepo):
El despiste, el ver superficial, el mirar acalorado y alocado, el no ver, el
desánimo, la in-creencia.
Así debió sentirse aquella(s) primitiva(s)
comunidad cristiana. El verbo “BLEPO” parece revelar que durante algún tiempo,
difícil de cuantificar, aquellas comunidades no tuvieron fácil comprender lo
que había pasado y qué les estaba pasando. El Maestro ya no estaba y lo normal
era olvidarlo y seguir viviendo como si nada.
Quizás les hubiera gustado tener una prueba tan
evidente sobre la resurrección como la tuvieran sobre la crucifixión, pero no
la encontraban. Veían (blepeaban)
signos, señales, indicios, huellas… pero nada más.
Eso tiene en cualquier ámbito de la vida el “ver superficial”
y el “mirar alocado”; en ambos casos suponemos unos ojos que no se detienen en nada,
caminan detrás de destellos fugaces tan brillantes como efímeros. Y así no hay
manera de creer por mucho que uno mire o por mucho que uno corra (recordad al discípulo
inexperto -joven- que acompañaba a Pedro)
Este “mirar superficial” viene a recordarnos a
los cristianos de todos los tiempos que sin un ver “hondo” no puede haber “fe
sensata”. El “ver hondo” no tiene porqué ser un “ver intelectual” (teología);
también puede haber un “ver hondo” desde los sentimientos (teocordía). Pero lo
que parce claro es que las prisas en la fe son malas compañeras, las
conversiones rápidas bastante sospechosas y los testimonios brillantes, a la larga,
muy poco edificantes.
b) Segundo
momento (el verbo zeoreo): La mirada
atenta, la calma, la búsqueda, la serenidad, el camino, la pregunta, la duda, ….
Los personajes que “zeorean”, es decir, que miran
con más atención, sin correr, con calma, a la espera (como Magdalena a la
puerta del sepulcro) son personajes apasionantes. Ellos ya han pasado el primer
nivel, lo cual no significa tener todo resuelto; significa, simplemente,
dedicarse a la búsqueda trabajarse el sentimiento, hilar y profundizar.
Este segundo nivel supone intensificar los
sentimientos, empezar a releer lo vivido con Jesús, identificar el sentido de
tantas palabras que le oyeron decir y que en aquellos momentos probablemente no
entendieran.
El “ver” zeoreando,
significa abrir las cajas del desván y con el mimo y el cuidado del que quiere
no perder nada y no perderse nada, intentar comprender la vida que había en tantas
palabras dichas y en tantos sentimientos compartidos con el maestro. A él “no
lo vieron”, pero “viéndolo” (zeoreándolo) empezaron a contemplar la posibilidad
de su distinta presencia.
La “vista” (zeoreo) de Pedro y Magdalena no está
exenta de dudas y confusión. Pedro ve lo mismo que el otro discípulo pero no
saca las mismas conclusiones y Magdalena
ve (“zeorea”) pero no lo identifica. La búsqueda, en cualquier ámbito de
la vida, supone la duda, la confusión y en ocasiones la angustia por no acabar
de entender.
Estos personajes evangélicos representan un
momento de aquellas primitivas comunidades cristianas; un momento muy
complicado porque, lejos de tener todo claro, tuvieron que trazar con un gusto
exquisito, además de su propio itinerario, la posibilidad de que otros que
venimos detrás sintiéramos también como nuestro el suyo. A aquellos primeros cristianos
que buscaban las señas y los modos resucitados, les importaba encontrar sentido
a su propia historia, pero también le resultó apasionante la tarea de trazar
sendas de sentido para la historia posterior.
Por tanto, este mirar y “ver” (zeoreando) nos
recuerda a los cristianos de hoy que la búsqueda y la duda, el camino y el
proyecto, el descubrimiento de hoy y la oscuridad del mañana… todo eso, lejos
de apartarnos de la senda de la fe, al revés, nos da carta de sana ciudadanía
en ella, nos une a su historia primera y nos hace tan sensatos como ellos que
en ocasiones “vieron y no creyeron” y tuvieron que “ver” (zeorear) para llegar
a creer.
c) Tercer
momento (el verbo eido): interpretar,
identificar, apostar, concluir, continuar ….
Este tercer momento del proceso que nosotros
identificamos en la narración del capítulo 20 de San Juan, ciertamente responde
al final de un proceso fatigoso, lúcido y apasionante de búsqueda por parte de
la primitiva comunidad. No corrieron mejor suerte que nosotros aquellos
primeros cristianos, salvo el haber dispuesto de la memoria cercana del Maestro;
dicha memoria, reinterpretándola, a la luz de estas nuevas miradas, se
convirtió en fuente de sentido.
El Maestro de Galilea que los había acompañado
durante tanto tiempo, seguía abriéndoles los ojos para ver más de lo que
aparecía. Los lienzos del sepulcro eran más que el simple envoltorio de un difunto,
se convirtieron en la funda externa de un tesoro entrañable liberado ya de la
corrupción de la carne; la mirada confusa de Magadalena, en los claros oscuros
de la vida, debía convertirse en apuesta serena y paciente más allá de los límites
del no poder tocar lo intangible; la comunidad reunida con miedo y con las
puertas cerradas tenía necesidad de abrirse, porque aquellos que guardaban la
memoria del que nunca se escondió tenían que empezar ya a imitar su existencia.
Identificaron vivo al Maestro de Galilea cuando
le vieron (eidearon) vivo en su propia forma
de vida; forma de vida que les nacía de sus propias entrañas. El Maestro
nunca había dejado de estar en ellos, en su luz interior; pero no le
identificaron porque al principio miraban confusa y acaloradamente.
La siempre genial Mª Dolores Aleixandre comenta
en un reciente y breve texto cómo la fe en la resurrección comenzó con la “escucha
de unos recados”: “volved a Galilea, donde empezó todo, y releeer cada palabra,
cada gesto, cada acción… Y allí le encontrareis”.
“Ver” -eideándolo-,
es mirar sin resabios, reinventar sin perder cierta ingenuidad y revivir con decisión.
Por eso, como muy sabiamente afirma J. Ratzinger, la fe en la resurrección toca
la historia, pero va más allá de la historia. es precisamente esa
trans-historiedad la que permite acoger los hechos, releerlos interpretándolos,
y concluir con la convicción de que la muerte no acabó con todo lo que fue Él,
y su Palabra, tenía que seguir acompañando la vida de la comunidad.
Por eso, las palabras de Jesús en la Cena, “haced
esto en memoria mía”, se convierte en la primera confesión de fe en la resurrección.
Pero de esto hablaremos en otro escrito…
4.1. La “complicidad” de la fe en la
resurrección.
Este
tercer momento que acabamos de describir es especialmente comprometido. Creer,
a mi juicio, no es evidente. Exige de una complicidad entre lo “dado”, es
decir, la vida que cada día tenemos delante de nosotros, y lo “vivido y experimentado”
en esa vida personalmente por cada uno de nosotros. Lo “dado”, nuestra Galilea
de hoy, tiene que ser “interpretado” para ser creído. Este es el “truco” de la
fe (permítaseme la expresión). Por eso hay personas creídas de la vida y
des-creídas de ella.
Hay un
muchos mirares en la vida; hay un mirar acalorado, apresurado, confuso,
herido…hay también un mirar sereno,
paciente, complacido… y hay un mirar
mezcla de ambos. Y cada uno tiene que hacer su proceso de interiorización.
Ninguno de esos mirares es superior a
otro, son distintos y abres posibilidades distintas en la vida. Cada mirar no
nos cualifica moralmente, sino existencialmente.
La fe
exige de complicidad con la propia vida y con el propio mirar porque su fuente
de vida está entre los repliegues
(complicidades) de la propia historia. Y por eso mismo, los hechos y los
acontecimientos cotidianos pueden ser piedra de toque del sinsentido de la
historia o momento de revelación del sentido del vivir.
Precisamente
por eso decimos que la fe nunca se nos impone; la fe es una invitación a ver de
otra manera. La realidad está delante de nosotros, llamando cada día a nuestra
puerta, y nuestra mirada sobre dicha experiencia puede opacarla o atravesarla.
5. Conclusión Final.
La intención
del capítulo 20 de San Juan sería, después de este intento de descodificación, una
manera narrativa de expresar el proceso por el que pasaron algunos miembros de
aquella primitiva comunidad hasta llegar a la fe e la resurrección.
Es absurdo
preguntarse por la duración de ese proceso; los textos bíblicos no se plantean
dar esa información. Otras partes del propio evangelio de San Juan parecen
sugerir que algunos empezaros a sentir la fe en la resurrección desde el mismo momento
de la crucifixión; en este sentido es muy revelador el capítulo 12 de Juan
cuando el evangelista pone en boca de Jesús la siguiente frase: “Cuando yo sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mi” (Juan 12, 32).
El
catecismo de la Iglesia católica comentando ese texto añade: “La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la
Ascensión al cielo” (CEC, 662). Por si fuera
poco, Juan Pablo II es una sugerente catequesis sobre la Ascensión (5.abril.1989)
afirma que “el Evangelio de Juan vio esta
exaltación del Redentor ya en el Gólgota”.
Quiero decir con estos datos que en las narraciones importan poco los tiempos cronológicos
y mucho los procesos de fe.
Finalmente, no nos puede pasar desapercibido un matiz. El
alegato final que Juan pone en boca de Jesús resulta tremendamente provocador. Efectivamente,
Jesús afirma: “Jesús dijo a Tomás: Porque me has
visto (εωρακας ) ,
Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron (ιδοντες ), y creyeron”.
El autor del cuarto evangelio escribe ese relato con la convicción de
que tanto la identidad de Jesús como su “forma de vida” son rotundamente plenas.
Da por hecho que la fe en Él puede dar sentido a toda una historia. Por tanto,
no se plantea la conveniencia o no del creer, sino que en la fe en Él está en
juego toda la existencia humana.
Ese “creer sin ver” parece expresar la prisa y la rotunda necesidad de
vivir afianzados en la memoria de Jesús, más allá de las necesidades
procesuales de dicha opción. Por eso, la experiencia de la fe en Juan es la
mejor decisión que cualquier ser humano puede tomar. Una decisión, desde luego
radical.
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PD. Cuando llegue el
verano le pondré a todo esto notas a pie de página y el “aparato crítico” del
que dispongo. En esto se va su tiempo, del que nos dispongo en mayo y junio. Ya
lo subiré al blog.
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