miércoles, 7 de marzo de 2018

MIÉRCOLES DE LA SEMANA 3ª DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 7 DE MARZO.


EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»

Mateo 5, 17-19
COMENTARIO
Jesús no negó en su raíz la Ley de los judíos: quiso tomarla como principio de conducta. No podía ser de otra manera para un judío como Jesús porque la Ley de Israel (Torá) contiene en parte los grandes sueños de la humanidad: el paraíso como proyecto, la posesión solidaria de una tierra, la promesa de una familia, el fin de la opresión, la conquista de la libertad, la distribución justa de la tierra... Todo ello eran proyectos humanos en los que se sentía la presencia de Dios.

Jesús siempre entendió la ley de un modo profético, poniendo de relieve el valor de las personas, por encima de la sacralidad de las normas de pureza e incluso de los principios religiosos, como la observancia del sábado

Cuando leemos este texto en el contexto litúrgico de esta tercera semana de Cuaresma, el mensaje es claro. La Ley pretendía salvaguardar la vida real de las personas. 

La religión no nos permite huir de la vida recluyendo nuestra fe en templos de piedra. La Ley era la expresión de una religiosidad vivida en el día a día de la convivencia.

Los sociólogos de la religión han puesto muy de manifiesto el peligro de "privatizar la fe" viviéndola de puertas para adentro de nuestros entornos comunes vitales. 

Una fe que no incide en justas opciones vitales, ciertamente se convierte en un bonito adorno espiritual de nuestra intimidad.

Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida, sería bueno que nos hiciera pensar en las veces que el Evangelio del Nazareno deja de ser Ley para nosotros, y lo re-privatizamos en expresiones de una fe hecha museo o expresión artística.

"Dar plenitud a la Ley" significa, al fin y al cabo, como decía Juan Pablo II, el Santo, intentar una fe que es "plenamente acogida, totalmente pensada, fielmente vivida".



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